Opinión

De qué te ríes

Xa choveu" (es en lluvias que contamos las lunas los gallegos) pero todavía lo conservo en el desván de las quimeras: era la estación seca, acabados los huracanes, en una “casa de protocolo”, bajo la caricia refrescante de los vientos alisios y la frondosa reverencia de una mata de mango en la que, premonitoria, alborotaba una cotorra. 

Envueltos en su lenguaraz devaneo hacíamos tiempo (junto con el “hacer colas” era lo que las autoridades cubanas denominaban pleno empleo) a que llegara el Comandante Fidel Castro. ¿Vendrá? ¿No vendrá? cotorreábamos a su vez unos con otros. Éramos quince invitados que invitábamos más o menos a otros tantos mandamases de La Habana. Éramos más o menos empresarios, más o menos emprendedores, más o menos (más bien menos) gallegos: en ultramar tal gentilicio es ecuménico, como los concilios, y deifica sin distingo a todos los nacidos en la remota madre patria, hayan o no catado el licor café, escuchado los pinos rumorosos, degustado el pulpo á feira, o disputado con Eolo las varillas de un paraguas. 

Siempre con el "depende", el "non sei eu", el "nin moito nin pouco”, los gallegos hemos sido muy atinados a la hora de desconfiar. Por mucho que en aquella francachela corriese el ron gran reserva y los mojitos gran resaca, ninguno de nosotros se creía el "chegar e encher" prometedor que nos auguraban los “compañeros revolucionarios”.

Esperábamos a “El Caballo”, así llamaban a Fidel Castro los cubanos. Pero primero fue llegando la yeguada: burócratas pura sangre campantes e insinuantes que entre relinchos de hambre y cuescos de arroz congrí enseguida comenzaron a piafar impetuosos. Yo hostigaba hasta los ijares al encargado del negociado aeronáutico. Más que una quimera, lo mío era un delito: pretendía poner un helicóptero en pleno malecón de la Habana para hacer “Vuelos Turísticos”. En los antecedentes le fui mencionando Nueva York, las Cataratas de Iguazú, el Cañón del Colorado… Pero enseguida me percaté de que allí nada se movía sin Fidel. Y menos volaba. Y menos a 90 millas de Key West. Así que me dejé ungir "gallego", "compadre", "camarada", "compañero" unas cuantas veces más y me puse a parlotear con la cotorra: ¿Y tú qué opinas?, ¿tú crees que el Comandante barbudo y falabarato aparecerá?, le pregunté melindroso. "¡Comemierda!", chilló a siringe abierta el pajarraco. 

No pude evitar una carcajada más sonora que los disparos de Sierra Maestra “¡Comemierda!”, repetía escandaloso el avechucho. Si el Comandante Presidente hubiese oído mi pregunta no tendría empacho en mandarnos a fusilar a mí y a aquella cotorra deslenguada. Pero entonces me acordé de Horacio: "Quid rides?" ¿De qué te ríes?: barbudo, impuntual, falabarato y comandante: "mutato nomine de te fabula narratur": maldita sea, aquel pajarraco del carajo se estaba refiriendo a mí.

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