Opinión

El anillo del Rey

El rey dijo a los sabios de la corte: “He encargado un precioso anillo y quiero guardar en su interior algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación. Ha de ser un mensaje pequeño, que quepa bajo el diamante que llevará engastado”.

Sus oyentes eran grandes eruditos capaces de escribir extensos tratados, por lo que, componer un mensaje de pocas palabras que pudiera ser útil al rey resultaba todo un desafío. Pensaron, escrutaron libros, códices, pero fracasaron en su empeño.

El rey consultó entonces a un anciano sirviente por el que sentía gran afecto. “No soy sabio, ni académico, ni erudito, pero durante mi larga vida en palacio conocí a un místico invitado de su padre al que serví durante algunos meses; en gesto de agradecimiento me confió un secreto –el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo entregó a rey-. Ha de permanecer oculto en el anillo, sólo se leerá cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no se encuentre salida a una situación difícil”.

El momento no tardó en llegar. El territorio fue invadido y el rey perdió el trono. Huía en su caballo para salvar la vida. Sus adversarios le perseguían. Llegó a un lugar donde el camino acababa en un precipicio. Ya escuchaba el trote de los caballos enemigos. Entonces se acordó del anillo. Lo abrió, desdobló el papel y leyó el mensaje: “Esto también pasará”. 

 Al tiempo que leía el mensaje sintió que se cernía sobre la zona un gran silencio. Los enemigos, quizás por perderse en el bosque, quizás por haber errado el camino, poco a poco se fueron dispersando. El monarca volvió a guardar el papel en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino.

 Este cuento, que leí en el libro “La culpa es de la vaca”, sigue diciendo que el mensaje también es válido en situaciones venturosas. De hecho el rey lo releyó mientras la muchedumbre le vitoreaba al entrar triunfante en la capital. Y sintió la misma paz y el mismo silencio del bosque.

Cuando esto pase, que pasará; cuando el coronavirus no sea más que un vago rumor en lontananza también nosotros deberíamos pasar de los políticos, esos miríficos eruditos de pancarta y frases hechas que deambulan de plató en plató con su huera verborrea; y de las televisiones, que nos embaucan y nos alelan con sus tertulias ad hoc; y del gobierno y su cohorte de doctos ministrillos, que de improvisación en improvisación apelan ahora a nuestro civismo para subsanar su indolencia, y dan extemporáneos mítines por videoconferencia, y responden a preguntas telemáticas con el “nihil obstat” del secretario de Estado de Comunicación, garante de la opacidad informativa ¡Vergüenza ajena, dios! 

Y pasar del rey si hace falta, no pasa nada.                           

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