Opinión

La estridencia del silencio

El luto oficial es como el aplauso oficial. Fingido. Protocolario. Molesta. Se olvida pronto. ¿Quién se acuerdada de las víctimas de Atocha? Zapatero llegó a la presidencia a bordo de un convoy de muertos; Rajoy se subiría con mil amores de haber estado en la oposición. Los políticos, como los sepultureros, siempre han trajinado con las víctimas.

Fernando Simón, el Monchito de cejas hirsutas manejado por los hilos de un ventrílocuo perverso, no hace más que trapichear con las palabras. “Me he comido una almendra”, “me estaría metiendo en un charco en el que no debería entrar”, frases estoicas de un sátrapa, Pedro Sánchez, que habla por su boca para escamotear el número real de fallecidos. Ojos perjuros, labia de buhonero Sánchez sabe vociferar como nadie las ofertas. Ha anunciado, para el próximo 16 de julio, un homenaje a las víctimas de la pandemia. Acudirán los más floridos de los marchitos: El rey, en horas bajas, como la Corona; los presidentes del Consejo, Comisión y Parlamento Europeos, burocracia en vena; y el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, alias Mao Tse-Tug, más de China que el arroz tres delicias.

A buenas horas mangas flojas. No supisteis remangaros ante la tragedia, no supisteis proteger a los ancianos, no supisteis cuidar a los sanitarios, ni comprar test, ni EPIS, ni mascarillas; no se preparó, sino que se engañó a la población ante la pandemia y ahora nos venís con homenajes homologados por burócratas. Puro teatro. No dais pésames. Dais pena.

Los que murieron, la mayoría, eran casta de otro percal. Linaje de otras épocas. Carne de postguerra amasada con penuria y resiliencia. Estoicos ante la adversidad, se fueron como vivieron: en silencio. Auschwitz, Mauthansen, Ravensbrück, los campos de exterminio nazis, bien podrían rebautizar algunas de nuestras residencias. No faltaron tampoco las “zorras de Buchenwald”, muy angelicales ellas: ¡cómo corría la Carmen Calvo, “le iba la vida en ello”, a internarse en la clínica privada Ruber de Madrid cuando pilló la covid-19!, ¡cómo la furibunda “Feministra”, Irene Montero, se aislaba en el Centro Residencial Galapagar, acaparando PCR tras PCR!, ¡cómo desaparecía de la escena pública la Obama rubia de la Moncloa!, ¡cómo Isabel Ayuso, la mandamás madrileña, se confinaba en la Suite Presidencial de un hotel de lujo! A los ancianos los abandonaron a su suerte. No hacían bulla, no había urgencia. Si la muerte se cebara con ellas chillarían como plañideras. No. No bastará la estridencia de un funeral de Estado para acallar tanta ignominia. Malnacidos y malnacidas (la infamia no entiende de géneros), no mancilléis la memoria de los muertos con vuestro luto oficial, vuestras corbatas negras, vuestros semblantes largos y vuestro minuto de silencio preñado de improperios. Ni olvido, para los mayores; ni perdón, para los farsantes.

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