Opinión

Etcétera, etcétera, etcétera

La violencia no es cuestión de sexo. Ni la valentía. Ni ambas son características del hombre: la mujer tiene idéntica prerrogativa en la segunda, y tamaña incriminación en la primera. 

En la Francia del siglo XIX los jueces daban por hecho que muchas mujeres instigaban a sus maromos a cometer delitos: robos, desfalcos, estafas, homicidios en duelo, por eso siempre preguntaban: “Où est la femme?”. Las Evas, palabra de Dios, suelen influenciar en los Adanes cuando las serpientes merodean.

He tratado a decenas de mujeres. Las he conocido de todos los primores y posturas. También de todas las histerias. Divinas en sus pros. Luzbeles en sus contras. Caóticas. Liantas. Provocadoras. Caprichosas. Manipuladoras. Insufribles. Y también imprescindibles. 

He padecido sus incontinencias verbales -la palabra hiere como un dardo, a veces incluso mata-. He tolerado sus silencios: mutismo hostil: es una forma de maltrato: en esto las féminas son inexpugnables. Pero donde las he visto en todo su esplendor mefistofélico, sobre todo cuando hay moros en la costa, es con sus parejas: “eres un imbécil”, si el marido no les da la razón; “eres un inútil”, cuando no logra el resultado que ellas urden; “eres un bocazas”, si las contradice; si se muestra cariñoso: “eres un pelmazo”; si retozón: “eres un salido, siempre piensas en lo mismo”; si se revuelve: “a mí no me chilles que te denuncio”, etcétera, etcétera, etcétera. Y en estos etcéteras caben los “eres un calzonazos”, los “me das asco”, los “no sabes ni follar”. Y, harto frecuente, los cuernos.

El respeto, como el dinero, es mejor ganárselo que pedirlo. Pero si se pide, si se exige, al menos hay que ser equitativos: primero: hay que respetarse a uno mismo; segundo: hay que darse a respetar; tercero: hay que respetar a los demás. 

Hay hembras que, amén de comunicarse en una jerigonza arrabalera, su lenguaje corporal es una danza sicalíptica. Herodes perdió la cabeza con el baile de Salomé, y ésta, en contubernio con la arpía de Herodías, le pidió en bandeja la de Juan Bautista. Hay hombres que pierden la cabeza, sí, pero hay  mujeres que se la cercenan con el filo de su seducción, y si se tercia con la daga del desprecio.

Si blandiendo sus armas de mujer, una fémina se cosifica cuando sale a la calle exhibiendo sus méritos pudendos, no se respeta a sí misma. Si en una entrevista de trabajo, confunde escote o minifalda con currículum, no se da a respetar. Y si caldea en su hogar las disputas para comer frías las venganzas, no respeta a los demás. 

Dixi. 

Otrosí más digo: poner a parir al pregonero, no modifica el edicto. Así que ¡chitón! Que ya me pitan los tímpanos.

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