Opinión

Eternamente, Yolanda (Obituario)

Yolanda Fernández Fariña 
Vigo, 30/12/1964 – 14/06/2016 

Nos conocimos a contramano de la vida. Tu enfermedad no era contagiosa, contagiaba tu alegría. Te acercaste a mí sin protocolos: "Hola bollo –me dijiste- te veo muy sobrado, a ti no te están poniendo quimio, a ti te están metiendo algo extraño por las venas". Y desde entonces ya nos hicimos amigos. Alta, guapa, simpática, risueña, resuelta, inteligente, positiva; no parecías la paciente angustiada por la muerte, sino la doctora encargada de curarnos. Céfiro, cierzo y septentrión, a tu paso siempre nos quedaba un horizonte de esperanza entre tantos nubarrones de desánimo.

Nos intervino el mismo cirujano. "Es el mismo que operó a Fidel Castro –bromeabas-, éstos tienen para rato". Te referías a nuestras familias respectivas. Pero luego, con la resolución de los dioses que se inmolan por los que aman, me confesaste sotto voce: "Menos mal que nos tocó a nosotros y no a ellos, sino sí que nos moriríamos sin remedio". Dios, cómo los querías. Recuerdo aquel día que, cumpliendo nuestra promesa de darnos un homenaje en un restaurante si mejorábamos, elegimos de postre confidencias. Fue la primera vez que te noté preocupada: ‘Pobriño Gustavo –me comentaste de tu marido- trabaja mucho’. También me hablaste de tu hija Carolina: "Está en la adolescencia, me necesita". Y se te escapó un suspiro delator cuando: "Es hombre, sé que lo está pasando mal", me hablaste de tu hijo Pablo. Yo los conocí a los tres. Puedes estar orgullosa. Son clase aparte. 

De tu madre, solo decir que me recordó a la mía: amor en carne viva. La vi enloquecer -al punto de olvidar su nombre: Consuelo, qué acertado- cuando las noticias se torcían. La vi aferrarse a una plegaria, a una planta medicinal, a un tratamiento homeopático que le habían recomendado en cualquier herbolario. Hubiese dado la vuelta al mundo con los brazos en cruz y de rodillas con tal de que te curaras. Nunca vi tanta complicidad entre dos personas. Ni tanta belleza reunida. 

Esta semana nos dejaste huérfanos de tu sonrisa. Hacía días que intentaba comunicarme contigo. Pero enseguida recordé que la muerte es el acto más íntimo del ser humano y respeté su aislamiento. Yolanda; eternamente, Yolanda. Tu solo nombre ya merece una canción. Y por el mero hecho de haberte conocido ya hubiese merecido la pena venir al mundo. Hasta siempre, amiga mía. Hasta luego, si es que toca ya mi turno… 

Te puede interesar