Opinión

Si yo fuese mujer...

Si yo fuese mujer no competiría contra mí misma. No daría pábulo a la estupidez de la moda, ni a la escualidez de las Victoria’s Secret, ni a las patas de gallo, ni a la edad de la piel; ni me haría las uñas a lo Miró, ni los pómulos a lo Pitanguy, ni las ingles a lo brasileño. No me sojuzgaría ninguna moda, ni ningún hombre, ni el qué dirán. Pero me querría con delirio. Evitaría atocinarme con los confites, acarrozarme con el puerperio, congestionarme con la menopausia, para gustarme a mí misma. No prepararía el cutis para el verano en primavera, ni lo recuperaría después para el otoño en el verano, ni en el invierno me preocuparía porque se agrieta, aunque me lo disfrazaran de “fall-winter”, “estetic-life”, “skin-sleep” o cualquier otra palabreja. Y el único test-clínico en el que confiaría sería en el de gravidez cuando no me bajase la regla. 

No consentiría que la envidia anidase en mí como el gusano en la fruta por lo que pudieran tener mis amigas. Ni tejería a mi alrededor un mundo de artimañas para ocultar lo que anhelo, disimular lo que me pone y enseñar lo que no tengo. Intentaría ser directa, ya que la distancia más corta entre dos mal entendidos es la línea recta. Desterraría de mi vocabulario ‘palabros’ como Channel, Prada –la firma que viste al demonio-, Hermés, Louis Vuiton y demás imprecaciones, consciente de que la mayor ilusión de un visón es tener un abrigo de piel de zorra. 

No permitiría que mis gustos y mis medidas los decidieran mariposuelos sin caderas ni cabeza. No me prestaría a ser un espantajo donde cada modisto colgase un farrapo, cada laboratorio un pringue, cada tafiletero un bolso, cada menestral un accesorio. Para distinguirme y para gustar utilizaría los 24 quilates de mi sonrisa. No me destrozaría los tobillos con tacones de aguja ni letizios fetichistas. Ni me teñiría el pelo por sistema, enfrascándome en el vano empeño del liso & rizo justo al revés del que me concedió la naturaleza. Nunca me vestiría para gustar a las demás mujeres. Ni me hincharía los labios, ni me inflaría las tetas, ni me haría nada en la piel que requiriera anestesia. 

No compraría detergentes que se anunciasen solo para marujas. Ni juguetes que segregaran por sexos. Ni enviaría a mis hijos a los colegios que lo hicieran. Educaría a los varones en la igualdad y el respeto, sin crear estereotipos de género. Y a mis hijas en la decencia, sin enseñarles a lucir el escote para obtener un empleo. Jamás los exhibiría como una mercancía ni los inscribiría en ningún concurso de belleza. Y no me cansaría de repetirles que amasen sus diferencias, que el pecado está solo en los ojos del que mira. Y en los de quien la siente, la belleza.

Intentaría ser sencilla como la paloma y astuta como la serpiente, para no ser una oveja en medio de los lobos de la violencia de género. Ninguna fuerza en el mundo me obligaría a obedecer como una autómata. Ni por supuesto ningún hombre. Solo se subiría en el carro de mi lascivia quien supiese bajarse con embrujo al túnel de mis piernas. Solo me uniría para siempre a alguien que quisiera compartir un sueño a medias. Nunca viviría el amor entre dos como una condena a entendernos. Y antes de resignarme a convivir con cualquier cerdo machista aceptaría “solterona” como señal de estar en buena compañía. Pero no soy mujer. Así que morra o conto. Y aquí queda esta abstracción surrealista.

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