Opinión

Gallo que no repite, no es gallo

Mucho ha llovido desde entonces, pero todavía lo conservo incólume en el desván de la memoria. “Todas las muertes son violentas” -me dijo a la salida de la morgue, al ver reflejado en mi cara el pesimismo antropológico- “sobre todo para los que quedan”. Como el malhechor al lugar del crimen, no tardaría yo en volver a aquella estancia alicatada de cadáveres. ¿Voyerismo?, ¿morbosidad?, ¿necrofilia? No, era amor (o encoñamiento, que para mí siempre han sido análogos). Aquella estudiante de medicina me había enganchado por las gónadas. 

Si malos son de olvidar los primeros amores, las primeras felaciones resultan aditivas. Tras la cita post mortem, vino la obsesión post coitum: La recogía en la medicatura forense, en el portal de su casa, en la universidad; nos encuevábamos en cualquier motel oliente a semen y nos enfrascábamos en repasar el Kama-sutra; cuando nos levantábamos era para descansar. “Tú solo mira”, me decía genuflexa, alzando los ojos hacia mí en un escorzo de pantera: empezaba desde abajo, poco a poco, anegando la raíz; seguía después tronco arriba hidratando la corteza, hasta cubrir con el velo del paladar toda la corona arbórea; y ahí, incansable, rítmica, expectante, aleteando con sus manos sobre los confines del Génesis, se afanaba en libar la savia del árbol de la ciencia. Ni un mal rictus. Sin derramar una gota. Feliz. Aquel abrebocas carnal (Bill Clinton ni siquiera lo consideraría sexo) supuso para mí un punto de no retorno. Jamás me habían hecho algo tan sublime. Tampoco yo había catado nunca el salitroso bouquet de las marismas. Incauto hasta en la malicia, por oral sólo entendía de oratoria. 

Hoy, empero, sé incluso más de lo que cuento. Amante de las palabras y las pasiones imperfectas, conocedor del aforismo de Galeno: “Post coitum omne animal triste est” (todo animal está triste tras el coito), no puedo menos que abrir otro paréntesis: el sexo no lastima, lastima quien no sabe hacerlo. Puede que el cóctel de adrenalina, oxitocina, dopamina, deje a algunas mujeres aletargadas tras el acto (Galeno ya advertía que la tristeza post coital no afectaba a las mujeres ni a los gallos); pero tras la liberación de la energía libidinal mujeres y castañuelas suenan idéntico: ¡suenan a fiesta! 

¿A qué esa obsesión del simio alfa por saber si la hembra de homo sapiens ha disfrutado o no en la cama? No tiene ninguna ciencia: ¿da media vuelta y se acurruca en sí misma sin decir una palabra?, ¿o se pone a largar como una cotorra y siente impulsos de levantarse, poner tres lavadoras, ordenar los armarios, vaciar la nevera, barrer las calles de la ciudad entera y después salir de marcha? Gallo que no repite, no es gallo; y el que tenga oídos para oír que oiga. 

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