Opinión

"Hijotecas" vitalicias

Se enamoraron siendo adolescentes, como todos. Llevaron su amor a la máxima expresión y se casaron por duplicado. Primero por lo forestal: en aquella España chupacirios del tardofranquismo, hacer el amor entre los pinos era un pecado milagroso; ser padres sin pasar por la vicaría era un idilio trágico. Así que tuvieron que repetir la performance ante Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, el cura párroco, el monaguillo (tipos que, por cierto, no se habían casado nunca) y ante un montón de testigos que ni siquiera se percataron de que la novia ya llevaba un “sí quiero” de tres meses. 

Contrajeron nupcias con arrepentimiento de causa, con desconocimiento de efecto y con lastimosa precocidad: tenían diecinueve años. A partir de ahí, persiguieron quimeras con las alas rotas. En el bello arte del fornicio fantaseaban con implementar otras prácticas, ya que en la amorosa formalidad del hogar el sexo se les antojaba incestuoso. Vírgenes cuando se embarazaron, ella no tenía más que remordimientos, y él, fuera de la del pudibundo misionero, no tenía otras habilidades eróticas con las que poder reconfortarla. 

Baquianos de su impericia, extraviados en el laberinto de su bisoñez, deambularon de charco en charco en vez de hacerlo de jardín en jardín de las delicias. Con el tiempo fueron adentrándose en los vericuetos de la concupiscencia. De la desaborida rutina marital, pasaron al vanguardismo de alcoba. Los salvó la comunión emocional. No los hijos. Lo sé de buena tinta.  

Han causado más infidelidades las Iglesias que los prostíbulos. ¡Ah las Iglesias!, hablan de “alianzas irrevocables”, de “íntimas comunidades de vida”, de “consorcios generadores de prole”, y no permiten ni una sola prueba previa, siquiera sea antialérgica, del contacto de las epidermis de los cónyuges; ni un solo intercambio de fluidos que no sea el boca a boca. 

Por fortuna, hoy en día, muchas parejas mantienen relaciones sexuales abiertas; recurren al swinger, al porno, al bondage, a la tracción a las cuatro ruedas. Nada que objetar. Allá cada cual con sus marismas, sus gaznates y sus túneles oscuros. Pero cuidado, acecha otro peligro: las “hijotecas” vitalicias. 

Los progenitores, sobre todo ellas, sucumben ante la tiranía de los pequeños emperadores que llegan al hogar. Al asumir el rol de madres, al consumir toda la energía en la malcrianza de sus hijos se vacían, se afean, se apagan, malbaratan sus vidas y pierden toda esperanza de tener una conducta sexual que las haga merecedoras de ser condenadas al segundo círculo de Dante. El de los fornicadores. 

Ah, un consejo me quedaba en el tintero: La felicidad que dan los hijos, que no aboque a las infidelidades a los padres. Y tú, mujer, recuerda: la poligamia consiste en tener un marido de más; la monogamia lo mismo, si no lo disfrutas como hombre. 

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