Opinión

Hombres con un par

El 2 de febrero de 1998, el “Delfín del Mediterráneo” se hundió en el Atlántico. Había salido del puerto de Gijón con 14 tripulantes y 280 contenedores con destino al puerto de Las Palmas. A 250 millas de cabo San Vicente, cabeceante como un toro, el buque empezó a hincar la proa en el mar. El capitán y su primer oficial inspeccionaron los compartimentos de carga. Estaban inundándose. La hélice quedó fuera del agua, el motor se paró y el carguero se escoró al embate de las olas. Eran las cinco de la tarde. Aquello hombres eran toreros lorquianos: “Lo demás era muerte y solo muerte / a las cinco de la tarde”. Eran valientes. No hubo histerias. 

A 160 millas se encontraba el “Argus”, un buque de la “Royal Navy”. Dos helicópteros “Sea King”, acosados por vientos de 100 kilómetros por hora y fuerte aparato eléctrico, se estamparon contra la noche. Tardaron una hora en llegar. Capaces de encontrar en el océano el corcho de una botella, sus faros de búsqueda expugnaron las tinieblas. Con olas de 18 metros lograron rescatar a tres de los náufragos. Uno de los rescatadores, golpeado violentamente por una ola, tuvo que ser izado semiinconsciente. Se acababa el tiempo. Había que regresar para repostar. 

Un tercer helicóptero despegó del “Argus”. En condiciones dramáticas logró rescatar a otros cinco supervivientes que ya estaban en el agua; la balsa salvavidas se había desinflado. Después del repostaje, los dos primeros aparatos regresaron a la escena del naufragio. Los rotores se retorcían quejumbrosos, las turbinas chillaban histéricas, los hombres faenaban vidas sin cesar: a las cuatro de la madrugada habían rescatado a todos los tripulantes, menos uno, el contramaestre, que lo sería a primera hora de la mañana. 

Yo estuve allí:

El “Argus” estaba fondeado al abrigo de las Islas Cíes: heroica, temible, silenciosa, el orto empezó a recortar su silueta. Nos fuimos acercando con respeto. Hice, a modo de salutación, un tres seis cero a su alrededor. El cámara que me acompañaba comenzó a grabar. Primero subieron dos plataformas con sendos “Sea King”; luego un féretro cubierto con la bandera de España (era el del jefe de máquinas, al parecer había muerto de un infarto), al que rindieron honores en posición de firmes. Después nos contactaron por banda aérea: convinimos en poner la correlativa para coordinarnos en vuelo. Testigos el mar y el viento, en formación cerrada con nuestro “Alouette III”, los escoltamos hasta aterrizar en la plataforma del aeropuerto de Vigo. Fue emocionante. Se me hacía un nudo en la garganta. Pensaba en la batalla de Trafalgar. Pensaba en el almirante Blas de Lezo. Pensaba en la pérfida Albión. Pensaba en la honra sin barcos, en los barcos sin honra. Pensaba: la valentía de los hombres no debería medirse en la confrontación, sino en el auxilio.

Clive Rawson, capitán de corbeta (jefe de operaciones) y los suboficiales Michael Weston y Jhon Banks, fueron condecorados con la “medalla al valor” en Buckingham Palace.

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