Opinión

La felicidad del odio

Me encanta el ‘día del libro’; de librar, quiero decir. Me encanta ‘il dolce far niente’ (en España se debería decir agrio comezón, por aquello de rascarse los madroños). Me encanta desocuparme, es mi mayor ocupación. Pero toda la vida he sido un afásico castrati: mi deseo solo ha sido el deseo reprimido de un deseo.

La felicidad -lo decía ya Aristóteles- reside en el ocio del espíritu. Se ve que mis preceptores conocían poco a los polímatas griegos y me inculcaron el amor por el agobio: “El trabajo dignifica”, me decían. “Vacación en cambiar de ocupación”, me flagelaban. “A Dios rogando y con el mazo dando”, me martillaban la conciencia. Solo me permitían ir de vacaciones apertrechándome de tareas y deberes para el regreso. Me comían la moral con máximas terribles: “La pereza es la madre de todos los vicios”, “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, “Al que tiene dársele ha, y al que no tiene…” 

Y yo solo tenía dudas. Tan solo el redentor de los parias, el enviado del ‘Sumo Hacedor’ (trabajó 6 días), el hijo del carpintero, el que no había dado palo al agua en su vida me parecía razonable: “Mirad los lirios del campo, ni trabajan ni hilan”, “Mirad las aves del cielo, no siembran ni tienen graneros”.  

Pero estamos hechos de miedos -así nos adoctrinaron-, así que trabajé como un forzado de galeras. Autónomo -con eso lo digo todo-, negrero y a la vez esclavo de mí mismo, fustigaba a los demás con aquella rima repelente: “Que enorme preocupación cuando uno está ocupado y viene un desocupado a darle conversación”. Y este era el ‘after shave’ conque me acicalaba (de acicate) en las mañanas: “Por el camino de después se llega a la plaza de nunca jamás”.

Triunfé, a base de perder la vida. Sí. Si el tiempo es oro, en vez de invertirlo en vivir yo lo malgasté en prosperar. Y, como aquellos burgueses rentistas que se pavoneaban por el bulevar con la parienta, llevo ahora del bracete mi congoja.     

Por eso hoy quiero reivindicar la bohemia, la holganza, la zanganería; pregonar a los cuatro vientos: ¡Cuerpo descansado dinero vale! ¡El ocio es más saludable que el estrés! ¡La felicidad es un camino, no un calvario! ¡Que trabajen las hormigas! (al fin y al cabo no saben cantar)

Miedo me dan esos políticos (verbigracia la presidenta de la Comunidad de Madrid) que denigran del asueto; miedo esas ejecutivas que en un eterno ‘llantén’ (de llanto) reivindicativo, cuando paren, cuando pueden dar ejemplo – Marisa Mayer, consejera delegada de Yahoo!; Susana Díaz, la presidenta de Andalucía; Soraya Sáenz, vicepresidenta del Gobierno- van al curro casi arrastrando la placenta.

El trabajo –lo decía Oscar Wilde- es el refugio de los que no tienen nada más que hacer. La pereza es un síntoma de desamor, ya que nadie es haragán con lo que ama, lo dijo no sé quién. La salvación eterna –lo dijo la madre Teresa de Calcuta- no dependerá de la cantidad de trabajo que hayamos hecho, sino del amor que hayamos puesto en él. Y la vida, lo digo yo, a horcajadas ya sobre la tumba, tan solo vale lo que disfrutemos de ella. 

              Y digo más: La felicidad es un camino; pero el buen viajero no tiene planes fijos ni ansia de llegar. Así que, al poner en septiembre de nuevo la mano en el arado, mirad atrás, no vaya a ser que los surcos os queden como el culo.

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