Opinión

Ni quito ni pongo rey

Dos mujeres se han hecho virales en España en estos días. La una un lebrel huesudo, aerodinámico, de pensamiento veloz y lengua aguzada como un dardo. La otra un pibón palaciego de guapo siempre subido, capaz de alternar con reyes y de comer con rufianes. Ambas son atractivas, inteligentes, políglotas, aristócratas y millonarias. Con dos mujeres así, en las que además vislumbro afinidad por el arte, la cultura, la lencería sexy y el refinamiento amatorio, no envidiaría yo el gineceo de un sultán otomano.

Cayetana Álvarez de Toledo no es un verso suelto; es un poema que no han sabido apreciar los prosaicos gerifaltes del PP. “Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido”, se desesperaba Pablo Neruda. Pablo Casado ha preferido consolarse con la sosias de Cuca Gamarra (“cuca” es coño en Venezuela y en varios países de Latinoamérica) y la “faz-tudo” de Ana Pastor, que lleva lengüeteando los chuches del erario toda su himenóptera vida por su “savoir faire” (la pelota al mandamás). Cruce de anguila con camaleón, su penúltimo escaqueo fue la investigación del accidente del Alvia, en Angrois, y luego el camuflaje de engañar a los gallegos con la fecha de la llegada del tren de alta velocidad. Seguimos siendo el farolillo rojo del Ministerio de Transportes, esperando el farolillo blanco de un tren que no acaba de llegar.

Corinna zu Sayn-Wittgenstein, la amante que susurraba al Borbón emérito, está poniendo patas arriba la Zarzuela. La han dejado a los pies de los caballos y ella se defiende atacando a quienes la han empujado. Sus palabras no tienen huesos pero los rompen, y pueden quebrar incluso la columna del Estado. Puede que sea una “testa ferrum”, cabeza de hierro, pero la tiene más amueblada que ninguno de los que la hostigan. Si ella es pecadora, a su alrededor no hay ningún santo. Y más vale la ira del león que la amistad de las hienas: yo, que el rey, me preocuparía más de la Moncloa. 

Después están las grilleras televisivas, cuyo único rigor es el rigor mortis de los cadáveres que descuartizan en los platós. Le llaman humor, pero es burla, que es el atuendo con que se travisten los ignorantes para fungir de eruditos. En su palmaria indecencia se pasan por el forro de prepucios y ventosas la presunción de inocencia de cuantos puedan incrementarles el share de las audiencias.      

Invocados los manes, aireados los desmanes de los Borbones; azuzado el populacho por cantamañanas; tachados los versos sueltos por censores mojigatos, la oligarquía del papanatismo se impondrá sobre los mejores acaudillada por los mediocres. Ni quito ni pongo rey, pero  ni a España le compro la concordia, ni al monarca le arriendo la corona.

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