Opinión

Niños y niñatos

El tiempo es un niño que juega a construir y destruir universos.

(Heráclito) 

La pobreza, por sí sola, no es una excelencia. Puede que los pobres hereden el reino de los cielos, pero ni todos son virtuosos ni todos los que tienen pasta son unos buitres. Justificar el robo, la ocupación de la propiedad privada o el destrozo de la ajena como patrimonio de los parias es una perversión; el “allá donde pones el ojo asienta el culo”, que tanto practican las tribus okupas, con la ley del talión ni las sillas les harían falta.

Llevan meses sin dar palo al agua. El mundo está patas arriba. Pero la peña está de vacaciones “In taberna quando sumus, non curamos quid sit humus” (“cuando estamos en la taberna, ninguno teme al covid-19”, en traducción harto ajustada). Así que paso de okupas, de botellones, y de disc jockeys escupiendo alcohol sobre el público y compartiendo sus babas con una panda de palurdas como si fueran espermatozoides de su semen, virus de su covid. Paso. Prefiero la bienaventuranza de los niños: de ellos será el reino de este mundo.

In illo témpore, cuando una copa de helado era una exquisitez al alcance de muy pocos, y los infantes de 11 años eran unos caballeros capaces de valerse por sí mismos, un niño entró en una cafetería y se sentó en una mesa: “¿Cuánto cuesta un helado con chocolate y maní?”, preguntó. “Quince pesetas”, le respondió la camarera. El niño sacó la mano del bolsillo y contó las monedas. “¿Cuánto cuesta un helado solo?, volvió a preguntar. Algunas personas esperaban ser atendidas y la camarera ya estaba un poco impaciente. “Doce pesetas”, dijo secamente. El niño volvió a recontar las monedas. “Quiero un helado solo”, dijo al fin. La camarera le trajo el helado, puso la cuenta encima de la mesa y siguió con su faena. El niño terminó el helado, pagó en la caja y se fue. Cuando la camarera volvió a limpiar la mesa, le costó tragar saliva al ver que allí, junto a la copa vacía, el niño había dejado tres pesetas: su propina. (Del libro “La culpa es de la vaca”)

Hoy no se concibe un niño sin escolarizar, sin embargo a nadie escandaliza que sea caprichoso, egoísta o irrespetuoso con sus padres; no se concibe un joven confinado en la sensatez, sufrido, capaz de divertirse sin perjudicar a los demás, pero sí un holgazán sin oficio ni beneficio, un niñato salvamundos incapaz de hacer su cama o ir a hacer la compra al supermercado. Educar no es preparar para la vida, es acompañar en un tramo de la misma. Ojalá la nueva normalidad nos traiga nuevos niños, nuevos preceptores y nuevos hombres. Ojalá, siendo como seremos todos más pobres, seamos también un poco más empáticos.

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