Opinión

Parásitos de larga duración

Quien no quiera trabajar, que tampoco coma”; no lo dijo un pelanas cualquiera (con más razón que un santo), lo dijo un santo genuino (2 Tesalonicenses 3,10); pero antes que San Pablo, ya el sabio rey Salomón dejara escrito en los Proverbios: “La puerta da vueltas sobre sus goznes y el perezoso sobre su cama” (Pr. 26:14). La vagancia tiene tanta solera como el mundo.

Salvo los noctívagos, no bien despunta el alba, la mayoría de los seres vivos se afanan en procura del sustento: la abeja del néctar floral, la cigüeña del gusano, la ardilla del fruto de los árboles, hasta el voraz cocodrilo ha de montar largas guardias para sorprender a la cebra, exhausta, tras patear en busca de pastos la sabana. No con sudor, con la vida ganan la mayoría de las criaturas el sustento. Los humanos no. Los vagos ni siquiera irían al cielo, a la espera de que viniesen a buscarlos.  

El trabajo es un derecho. Y un deber. Quienes trabajan sostienen el mundo. Por desgracia la desigualdad también ha pervivido con los siglos: el paro azota cada vez a más hogares, la robótica prescinde del currela y el mileurista ve marchar su salario como por mochila rota. Una vergüenza. 

Muchos son, empero, los “dame algo” con trampa y con cartón (de Marlboro bajo el brazo) que se apostan a la cola del paro como queriendo dar lástima ¡Cuántos huirían despavoridos si se les diese faena!, ¡cuántos no habrán provocado su despido para percibir la prestación por desempleo!, ¡cuántos lo habrán pactado de forma ficticia, incrementando la economía sumergida donde anida la chapuza!, ¡cuántos, en fin, “parados-fijos-discontinuos”, no trabajan ni antes ni durante ni después y cobran siempre! Y que nadie se rasgue las vestiduras ni me mire con cara de niña del exorcista: el fraude que impregna a la sociedad, no tiene por qué  hacer una excepción con los parados. 

Lo es de todos no es de nadie, y esto tiene sonadas verbigracias: los ríos, los bosques, los mares, el aire que respiramos, el mobiliario urbano y por supuesto las arcas del Estado son arruinados por desaprensivos en la creencia de que no tienen dueño. Nadie debería dar nada a cambio de nada; y el Estado (carente de recursos, salvo por la rapiña fiscal conque asfixia a los que dan el callo), menos. ¿Que no encuentras trabajo?  Toma, aquí tienes 430 pavos. Pero a cambio me vas tres (3) horas por las mañanas a sacar a pasear a aquella anciana que vive sola, o por las tardes a hacerle compañía a aquel enfermo que está impedido, o por las noches a colaborar en tal o cual centro de acogida de indigentes. Y a buen seguro que otro gallo cantaría en el corral de las comedias.

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