Opinión

Percebes para los indigentes

Hace años volaba un Hughes 500. El helicóptero que suele salir en las películas de guerra. Rápido, maniobrero, no demasiado escandaloso. Todavía lo usa nuestra Armada. Mi misión era perseguir furtivos: les caíamos por sorpresa a los barcos arrastreros que faenaban dentro de las 12 millas, les disparábamos (fotografías) y, a través del funcionario que iba a bordo, los denunciábamos ante la Consejería de Pesca y Medio Ambiente del Principado de Asturias. Luego los armadores recurrían: que si el GPS no estaba homologado, que si la cámara, que si la madre que me parió –que eso es muy del Cantábrico- la denuncia se quedaba casi siempre en tisana de borrajas. Poco importaba que los barcos echaran sus redes en los estuarios y vertientes de los ríos y que esquilmaran huevas y alevines. Los armadores podrían no tener escrúpulos. Pero tenían recursos. 

No así los que andaban al percebe. A estos les caía todo el peso de la ley. Y de las aspas. Yo les plantaba el rotor en la cabeza y tras una parálisis de liebre deslumbrada, o un correr de perdiz por los escarpados rompientes, terminaban claudicando. ¡Cuánta vergüenza siento ahora, madre mía! Aterrizaba con un estruendo de guerra cabe el malo, el Rambo de turno, bolígrafo en ristre se bajaba, le tomaba la filiación, le decía que le iba caer el pelo y le decomisaba la captura… ¡Y luego nos poníamos morados a percebes! 

Ah, pero como en el pecado va la penitencia, a fuer de impresentables, pronto los percebes comenzaron a repugnarnos. Menos mal que aún nos quedaba algo de decencia y en vez de arrojarlos al mar, sugerimos que las capturas se entregasen a centros de acogida, beneficencia, geriátricos, etc. No sé si al final se hizo. Va ya para treinta años. Pero la intención era buena. Y eso es algo.

En Francia acaban de presentar una ley que prohibirá tirar comida. Las grandes cadenas de supermercados estarán obligadas a ceder gratuitamente a las ONG envases que hayan sufrido desperfectos y no se puedan vender al público. Y en caso de productos caducados, espaguetis por ejemplo, tendrán que ser destinados a la alimentación de animales o a la producción de compost para agricultura. Al parecer, los 66 millones de gabachos -entiéndase también en gallego- tiran al año entre 20 y 30 kilos de comida. Una ruina. Un desfalco. Una patada en los mismísimos principios de la égalité y a la fraternité con el rebozo de la liberté. ¡Chapeau! 

Y digo yo, en este país de normativas –el nuestro- de traca y alharaca; más aún, en esta Finisterrae de bateas, grelos, cachelos, pan de Cea, Coren, Gadis, Galicia Calidade, cocidos de Lalín, mariscadas de la ría, polbo á feira y la rehostia en plato ¿no podíamos copiar la iniciativa? ¿No podíamos, al menos, ser un poco más empáticos? Eche ben certo: “O piollo en camisa lavada corre que rabea”. Y a los gallegos, antaño unos muertos de hambre, que no teníamos ni siquiera pan de trigo: “O pantrigo fixoo Dios –se decía-, a broa mandouna facer”, se nos va la pinza hogaño. ¡Cuánta soberbia! 

Te puede interesar