Opinión

Rocas afrodisíacas

Tu es Petrus, et super hanc 
petram aedificabo 
ecclesiam meam”

Quien es capaz de hablar con las piedras es de fiar. Y quien es capaz de sacar de ellas rostros, contorsiones, hitos y secretos es un artista. 
El trabajo en la piedra es tan antiguo como el hombre; ahí están los dólmenes, los castros, los petroglifos o la catedral de Santiago que marcan la historia de los canteiros gallegos a través de los siglos; ahí está Pontevedra, tierra fecunda en canteiros, que deriva de “ponte-pedra”, es decir, componte, da la cara; ahí están las cantigas al golpe de la maza y el puntero: 

“Vai, pedriña,vai 
 E vai, e vai, e vai
E xa vai indo a pedra
Vamos compañeiro
Que podemos con ela!”

 Ahí están las Cariátides, el Pórtico de la Gloria, o el Neptuno de la Piazza della Signoria, en Florencia, del escultor Ammannati del que Miguel Ángel se cachondeaba: “Ammanati, Ammanato, che bello marmo hai rovinato”. En mi familia hemos adoptado el pitorreo de “El Divino” Miguel Ángel y nos lo decimos cuando alguien mete la gamba: “Ammanati, Ammanato, que bello mármol has escarallado”; así, en hispano-galaico, para que tenga más pegada. 

El caso es que siempre me ha fascinado la piedra. Tengo piedras hasta en la vesícula. Tengo un cruceiro de piedra, un hórreo de piedra, un gaitero de piedra, una fuente de piedra; clavado en el jardín de casa tengo un hito de piedra con una concha de Santiago y una leyenda: “Si te permite perderte, es un buen camino”. Quizás, como si viviera en el medievo, ande todavía en procura de la filosofal, pero yo me someto a la piedra aunque me destroce el pecho con su gas radón.   

Tengo un refugio en Mougás, la costa descarnada, donde el mar escupe envidioso sobre las risueñas rocas y los percebes saben a besos de sirena. Y tengo un vecino canteiro. Siempre me tienta. “Ya no tengo dónde poner más piedras”, me defiendo. Pero pico: no hace mucho le compré un trisquel celta grabado sobre un pedrusco que moldearon las olas. Es un fenómeno. Es capaz de hacer belleza de la deformidad. Sabe leer en las orillas de los caminos mientras pasea. No hay guijarro, ni palo retorcido, ni concha de crustáceo que no le sirva. El otro día me mandó un SOS por wasap: “Por aquí no pasa ni un triste peregrino”. Tengo que ir a verlo. Tiene el obradoiro frente a “A Pedra Rubia”, donde la naturaleza muerta se hace vida, el horizonte lujuria y las rocas son afrodisíacas.

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