Opinión

Sesenta hijos de fulana

No, España no es un país en guerra, por mucho que se empeñen plumillas y feministas radicales. Aquí no se mata a las mujeres por ser mujeres, ni mucho menos se matan como moscas. Si nos ponemos hiperbólicos, España es un Irán para los hombres; porque, porque  sesenta hijos de fulana (la mitad de otros países)  maten cada año a sus parejas o exparejas, se criminaliza a veintidós millones de varones. 

Con sus amores y desamores, con sus conflictos y sus miserias, entre un hombre y una mujer media una guerra. Puede que en este asunto haya culpables. Lo que no puede haber son vencedores. Sí, en las lides de la entrepierna ellas, ellos, los, las, LGTB + y todo lo que se ponga por delante, o por detrás, somos peores. 

La “discriminación positiva” es un oxímoron perverso, un plato de antaños rancios maridado con venganza recién hecha, una expiación en diferido. Yo no puedo pagar a escote con mi hermano, mis primos y mis sobrinos, los presuntos desmanes de mis abuelos. La justicia aplazada es reconcomio. Sentimiento y resentimiento son las dos caras del falso feminismo. 

Polvo somos, pero no tierra de nadie: ni in dubio, ni mucho menos en ciernes, somos violadores los varones. El estigma del pecado original de nacer hombres no es una aberración cromosomáticá, es un sindiós de nuestro código penal. El alma no tiene género. Ni la bondad es potestad de ningún sexo. “Sí, te creo”, no basta para absolver a quien alega, ni tampoco para confiar en quien acusa. A Diana Quer la mató un hombre, a ese hombre lo encubrió una mujer: no se puede anatematizar desde el apriorismo de género; la clave está en educar en la igualdad. “Abrid escuelas y se cerrarán las cárceles”, decía Concepción Arenal,  pionera del auténtico feminismo. 

Ahora están juzgando a ese “El Chicle” perverso, maléfico y confeso. “Odia el delito y compadece al delincuente”, decía también Arenal. Por eso cuando veo a Enrique Abuín en la pantalla cambio de canal. Pero las grilleras televisivas se regodean enseñándonoslo desde todos los ángulos del asco, desde todas las espumas de la rabia, desde todas las sentinas del sadismo.   

Si un desalmado anunciase, para una fecha concreta, una violación en vivo y en directo, los plumillas –esos bichejos sin escrúpulos, sin principios y sin vida, al servicio de unos tipejos todavía más abyectos- nos la retransmitirían con todo espeluzne de detalles con tal de incrementar sus audiencias. Y ese día, desde los documentales de la TV2  hasta el bodrio de Gran Hermano VIP, se quedaría sin cuota de pantalla. Somos humanos. Somos imperfectos. Al menos, no seamos cínicos. 

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