Opinión

Sine Die

Nada me aturde tanto c como el estruendo que ocasiona la floración de los cerezos’ 
(Un servidor)

Si volviera monsieur ‘Sans-délai’ (Sin-dilación) aquel ingenuo personaje de ‘Vuelva usted mañana’; aquel que pretendía solucionar el papeleo en 15 días para poder invertir sus caudales en España; aquel al que Mariano José de Larra –no me extraña que terminase descerrajándose un tiro, tal era su desesperanza- invitaba, y emplazaba, para quedar a comer transcurridos 15 meses, sabedor de que para entonces aún no habría finalizado el franchute sus gestiones; si volviera, digo, aquel inversor francés, hoy daría la mitad de su fortuna por poder arreglar sus asuntos así fuera en 15 años. 

‘Sine die’, escucharía decir sin remedio el señor ‘Sans-délai’ en lugar de ‘vuelva usted mañana’. O no escucharía nada. Es curioso: en el país que está a la cabeza del mundo en decibelios, en el que más se cacarean ayudas a los emprendedores, es donde administrativamente hay más silencio. Es más, en el barullo de esta crisis–yo soy ante todo un empresario- nos han colado una especie de ‘pena de bancarrota’ que obliga a los que fracasan a convivir con el cadáver de su infortunio per secula seculorum. Y el sesudo ‘Societas delinquere non potest’ ya no es más que un mero latinajo. 

Tengo un camping (de campo) y soy socio en una compañía aérea. Por tener la fiesta en paz -y, por qué no, por temor a represalias-, permitidme un símil marinero: la Administración es el escollo más difícil de sortear, el iceberg más criminal, el triángulo de las Bermudas más hostil, el Finisterrae con más monstruos que debe enfrentar cualquiera que se haga a las procelosas aguas de la mar empresarial, ya sea un Colón, un Legazpi, o un Méndez Núñez. La hidra de 17 cabezas lo acechará sin tregua durante toda la singladura. Si aun así se arriesga a ir capeando el temporal y a vivir en la cuerda floja (mientras su expediente se eterniza en las capitanías de secano) es posible que pueda llegar a convertirse en un armador poderoso, o connivente, valga la redundancia y continuar navegando. Si lo que pretende es hacer todo legal, desplegar el velamen de su capacidad mercantil y encontrar un puerto seguro a sus esfuerzos-sin confabularse con el poder, sindical, político o de la banca- no lo conseguirá jamás. 

Crear riqueza en este país es más difícil que cruzar a nado el estrecho de Magallanes. Y no hay cabo de Buena Esperanza, ni isla de Itaca, ni océano Pacífico que valgan. Solo piratas con patente de corso gubernamental: que lo amenazarán, lo abordarán, intentarán echar a pique su barco y convertir en pecio sus afanes.

La Administración, cuna de mediocres, cueva de frustrados, raza de impostores, atajo de tirillas, refugio de vagos cuando no de maleantes; buen corsario, cómo no, de mal señor; que alardea de eficacia en función de la demora; que confunde legislación con poder, o expediente con venganza, es el empleado más caro (por sus impuestos), el directivo más felón (por sus denuncias), el consejo administrativo más ineficaz (por su burocracia), el problema más difícil de resolver (por sus incongruencias) que toda empresa debe soportar como un Atlante el Mundo que lo aplasta. Sobre todo las pequeñas. Y no es mito: En este país se legisla para las del Ibex: se le exige menos a Ferrovial que a construcciones Fernández; más a gasóleos Ramos que a Repsol, o a ventiladores Gómez que a Gamesa.

La Administración, ese descomunal caracol de mala baba, concha laberíntica, sin pies ni cabeza, aunque con cuernos, capaz de joderse a sí misma (no de fagocitarse, por desgracia) perniciosa para la piel, sobre todo de quienes se la juegan emprendiendo su negocio, saca sus cuernos al sol, sol (siempre de vacaciones) y nos mata con la espada de Damocles.

La Administración -que tanto me recuerda a extremaunción- solo nos deja una esperanza: el día que tramite ella la muerte, seremos Matusalenes.

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