Opinión

"Te Quiero"

Hoy el día amaneció mal encarado, el aire faltón, el frío navajero. El horizonte es un aprisco de nubes cenicientas que se agitan, se hacinan, se encrespan barruntando la borrasca. Diciembre con su atuendo de armiño viene bajando desde el Norte tañendo la campana del derroche.

Arrebujado en mi raída morriña decembrina he salido a comprar unos regalos. Las avenidas están colapsadas. Los coches se olisquean lujuriosos en los semáforos. La marabunta humana serpentea por las calles como azogue sobre el mármol devorando a su paso lo que encuentra. Arden los escaparates, los neones, las guirnaldas. La ciudad es un infierno a cielo abierto.

Perdido en la marea de los otros me siento ridículo. Tengo que decir “te quiero” en el lenguaje del reclamo; tengo que decir “te quiero” a las personas que siempre he querido, a las que lo saben de sobra. Tengo un presupuesto limitado: por fuerza tengo que tasar el amor que les profeso. 

Me sorprendo diciendo “hasta luego”, “felices fiestas”, “cariños a los tuyos”, a meros conocidos con los que me encuentro y que apenas trato en todo el año. “Te llamo para quedar un día de estos”, nos mentimos. “Hola y adiós”, nos sinceramos. Resulta mucho más fácil que elegir un regalo. 

Los escaparates me tientan con sus falacias ad nauseam. Mis ojos ya no son la ventana del alma, son la puerta del dispendio.  Hordas de zombis, autónomos autómatas, rebuscan en los expositores  las bicocas. Todo el mundo habla. Nadie escucha. Las calefacciones enturbian la cordura. Las Visas arden. Miro. Remiro. Me agobio. Me piro.  

Camino de regreso a mi tristeza por calles olvidadas. Una adolescente incrustada en su smartphone casi me lleva por delante, me muerde de reojo como si yo fuera un maltratador. Taxis, motos, autobuses, furgonetas, carga y descarga, triple fila: la ciudad eructa CO2. El consumismo es la Talidomida del siglo XXI, pienso. Y me pierdo por los solitarios vericuetos suburbiales. 

Los destellos de un coche de bomberos iluminan una calle donde no llegó el presupuesto municipal para las luces navideñas. Los vecinos se arremolinan cabizbajos, cuchichean; a algunos les pueden las lágrimas. Pregunto. Un matrimonio ha dejado una estufa mal cerrada, entre ochenta años y la muerte, al parecer vivían solos. La soledad a todos nos iguala, pienso. 

Entro en una cafetería. Pido un con leche bien caliente con sacarina. Dulzura triste, pienso, como las fiestas navideñas. Pienso en los que quiero. Afano unas cuantas servilletas y escribo con letra de molde dos palabras: “TE QUIERO”. Y en el reverso: “Promoción válida hasta agotar mi existencia”. 

Espero que este año a todos les guste mi regalo.

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