Opinión

Violencia invisible

Se puede hacer a alguien feliz o infeliz solo con la palabra. Se puede maltratar con el silencio: mutismo hostil, duele más que el vituperio. Se puede zaherir por omisión, de hecho se delinque. Después está la violencia física, de la que ninguno estamos dispensados.

Se puede –es lo que hago- denunciar la violencia invisible, la intragénero, la de los homosexuales –hombres o mujeres- que maltratan a sus congéneres en el ámbito de la convivencia marital. Son legión. Enfebrecidos de orgullo genital reparten hostias que no veas.

La violencia de “los que entienden” (bollerío y saraserío) es, con diferencia, más cruel que la del tradicional machihembraismo. En realidad no hay “violencia de género” (eso lo inventó Zapatiestos) hay violencia doméstica o, más propiamente, violencia animal. 

La convivencia en pareja es difícil de llevar en armonía, y siendo que el diez por ciento de la población española tiene tendencias homosexuales, resulta que cuatro millones seiscientas mil almas, ¡la rehostia en egos!, cuando les da por cohabitar  también la lían parda.

No hay peor astilla que la del mismo palo. Por eso en las trifulcas de bragueta los homosexuales saben dónde hurgar para que la herida duela hasta el desmayo. Son multitud, creedme, si creemos en los estudios realizados en países como EEUU, Canadá o Australia que concluyen que las tasas de violencia en los hogares gay-lésbicos son superiores a las de los hogares heterosexuales. 

En España esto no ocurre. Aquí la discriminación es virtud. La ley que urdió “Zapatiestos” y que ratificó un Tribunal Constitucional elegido a dedo y presionado por quienes lo compusieron, es más ilegal que una factura por la compra de un bolso de Michael  Kors  en un tenderete de la playa de Samil. 

Son multitud, decía, los maltratadores de su propio género, pero estos datos no salen a la luz. Si una mujer cose a puñaladas a su pareja, también mujer, en una discusión por quítame allá esos celos, esto, para la prensa “filo sáfica”, no va más allá de un mero daño colateral; lo que los americanos dirían después de cargarse si pudieran la mitad de Oriente Medio. 

Hijos de puta los hay en todas partes. Y de todo tipo de pelo, pluma y salazón. Aquí no hay más género que el género humano. Cuando el amor es puro, no importa el sexo. Cuando el maltrato ocurre, el sexo también debería ser lo de menos.

Ah, y a los gatitos y perritos ni tocarlos. Que muchos homosexuales los usan como arma arrojadiza cuando se tiran los trastos a la cabeza.

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