Opinión

Chora, chuvia, chora

Acabo de recibir varios discos del Coro de Ruada, que me envía mi sobrino Carlos Rafael, a quien nunca estaré bastante agradecido. Son grabaciones de la etapa en que el Coro estaba dirigido por Manuel de Dios, es decir, históricas, y en el mejor de los sentidos. Lo digo porque nunca había sentido más presente la ausencia de un amigo tan querido como Manolo de Dios como ahora, al escuchar su música para mi poema Chora, chuvia, chora, música gracias a la cual el poema todavía palpita y me conmueve remitiéndome al comienzo de su historia.

En los casi prehistóricos años sesenta, estuve residiendo una larga temporada en Los Milagros, convaleciente de una grave operación y de la contemporánea concesión de un premio literario que sonó, yo diría que desmesuradamente, que en aquel entonces me entreabrieron, es un decir, las puertas de la escritura. Mi estancia en Los Milagros, muy positiva para mi salud, me facilitó el escribir y lo hice en cantidad considerable y en todos los géneros, inclusa la fabricación de más de un centenar de décimas. Pues, a saber por qué, entre esa escandalosa proliferación decimal, se escabulló, o se coló, como se quiera, un poema de doce versos, de seis y cinco sílabas, alternos, con rima consonante los pares... para más señas, escrito en gallego, cosa que por entonces se llevaba bastante menos que ahora y que yo apenas empleaba. En aquel tiempo yo era muy amigo, lo fui siempre, de Antonio Tovar, quien entre otras muchas, muchísimas cosas, me dio la, digamos, alternativa literaria en la rama poética, poniendo unos versos míos como cita en uno de los poemas de El tren y las cosas, su libro más entrañable. Y como Tovar, escribía sobre todo en gallego, mi canción disidente de la proliferación castellano-decimaria le está dedicada, es decir, quiso ser mi malpago a su tan generosa mentoría. 

El poema, Chora, chuvia, chora, nació pues en Los Milagros, seguramente en una tarde otoñal, pues es fácil rastrearlo al principio, entre las décimas contemporáneas (No llora la lluvia, azota / los cristales, muge, embiste / el viento, cual toro triste / presintiendo la derrota); más difícil, seguirle la pista luego ,cuando me fui de Los Milagros. Por eso no sé muy bien cómo, un buen día, apareció publicado en una revista que editaron por entonces los muy jóvenes José Alberto Romero y Heriberto Quesada. Y a consecuencia de esa publicación, al poco tiempo apareció escrito, de puño y letra de Jaime Quesada, en las paredes del Volter. Y ahí, en su versión mural, tuvo ya una vida más o menos pública, la propia del Volter, dando pie a su falsa atribución a mi hermano José Luis, que nunca dijo nada, ni yo tampoco, porque, sencillamente, siempre me he considerado –y confesado– discípulo de mi hermano. Y fue durante ese volteriano tiempo, o muy poco después cuando lo puso en música Manuel de Dios, que me lo comentó tímidamente, como solía, y así, frente a mi callar, también tímido, en ese intercambio de timideces, apenas supe de esa música más que una vez, que recuerde, en que Manolo me habló de la repetición del último verso, i-o vento, vento, añadido que rompe el tono resignado de la copla . La música de Chora, chuvia, chora no tuve ocasión de escucharla hasta bastante tiempo después a través de una grabación. Y durante años (llevo residiendo en Francia más de cuarenta) se ha mantenido alejado de mi oído, aunque, sin duda, ha tenido su vida, que yo ignoro. La música de Chora, chuvia, chora es característica de su autor y, con la del poema Non, de Tovar, testimonio de una época en la que Manuel de Dios se reveló como compositor . Me llega ahora hermosamente cantada, y su belleza me acompaña y, con su justa brevedad, me consuela largamente. Doy fe.

(Aprovecho la coyuntura para salir al paso con una como “contrafé de erratas”, porque el quinto verso brúa, vento, brúa, en las primeras publicaciones y en El Volter, decía muxe, vento, muxe, que es como lo escribí en Los Milagros. Pero algún tiempo después, en su momento, mea culpa y gracias a la voz, poderosa y tierna, de Ramón Cid, con la complicidad de El Caurel, donde el viento del Cebreiro brúa frente a la imprecación de los mozos enamorados ( Vento frío do Cebreiro / brúa si queres bruar / que vou pra onde a miña nena / i o teu frío nada val ) vino brúa a aposentarse en el lugar que le correspondía, y donde decía muxe dice brúa, redondeando así la total consonancia del cuarteto brúa, vento, brúa, / peta nas portas / da esperanza túa, / das miñas, mortas. )

Y como Manuel de Dios bien nos enseñó, que la lluvia se lleve la pena, que la lluvia se lleve la pena.

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