Opinión

Élida Suárez Santos (Guardián de A Vouga)

La tortuga carey es de tamaño medio y cuenta con un caparazón que, al revés de la mayoría de sus congéneres, no tiene forma de corazón. Tiene una cabeza más bien pequeña, un pico (boca de piñón) y las aletas delanteras poseen garras de colores rojo, naranja y amarillo. Por lo general tiene alrededor de tres pies de largo y pesa 300 libras. Tiende a vivir alrededor de los arrecifes de coral y se alimenta de esponjas. Es muy fiel a su lugar de nacimiento, enormemente protectora de sus huevos y nada de forma ágil y graciosa entre los delfines con los que muchas veces convive.

Élida Suárez es mujer de carácter fuerte, aparentemente fría, taciturna; da la sensación de que no escucha y constantemente hace gala de una línea roja que utiliza como caparazón protector, al igual que nuestra tortuga carey cuando sale las noches de luna llena para depositar su huevos en alguna de las playas de Salvador de Bahía. Pero la diferencia es que Élida tiene la fortuna de vivir en A Vouga, la playa tranquila y hermosa a la que la puesta de sol ilumina de modo que la arena hace sombras diminutas que producen un efecto "dourado e acariciador, como o sol das pitas". 

Es por lo que a Élida Suárez su caparazón no le sirve de nada, por que enseguida se la ve venir, y detrás de su disciplina espartana, en realidad esconde generosidad, ternura y un profundo amor a todos los que viven o la visitan temporalmente en su atalaya frente a un mar que desde mi punto deberíamos denominar como Costa de la Vida.

La conocí de forma casual. Yo había pasado por Louro hacia Muros un montón de veces; los árboles nunca me habían dejado ver, en este caso, el mar, y ese día sí que vi una pequeña y solitaria playa de aguas verde-azules y cristalinas, a la que las de Carnota y San Francisco eclipsan por su timidez y recato. Allí me encontré con una especie de Robinson Crusoe femenina, que en verano se dedica a cobijar a los peregrino-campistas que en su camino a Finisterre proceden de todas las partes del mundo y que en invierno se queda casi sola frente al duro mar de la ría de Muros, aunque con esporádicas visitas de los caravanistas de A Coruña y Ourense, amigos con los que Élida comparte una gran amistad en su tiempo libre de invierno.

Élida es una extraordinaria defensora de la cocina de la abuela. Los pescados de su mar son la materia prima con la que emboba y hechiza cual si fuese una sugestiva sirena. Súpercreativa, cambia constantemente las cosas de sitio, es inflexible  con la norma y le gusta la fiesta como a todos los de Muros 
Me recuerda a Saoirse, aquella Ada de "La canción del mar" a la que con su hermano Ben, su padre, para protegerlos de los peligros del mismo, los mandó a vivir a una ciudad.

Para Élida Suárez solo existe un amor mayor que su Vouga, es su hijo David, del que Élida se siente muy orgullosa, pero al que, emulando al padre de Saoirse, educó independiente y lejos de la dureza de ese mar al que ella ama, pero al igual que todos los que lo conocen... respeta.

Alí na praia da Vouga/ foi onde ela coñeceu/ o seu primeiro amorío./ Que-o seu corazón rompeu/. Foi a praíña da Vouga/ cando o sol das pitas deu/ testemuña dos amores/ co aquel mozo que non veu.

Te puede interesar