Opinión

María Luisa Landauce

La dorada (Sparus aurata) es una especie de pez del género Sparus, muy consumida dentro de la gastronomía española. Su nombre común viene de la franja dorada característica que se encuentra entre sus dos ojos. Es una especie costera, llegándose a encontrar incluso en estuarios y es típica de la pesca deportiva. El color del dorso es verde azulado, el vientre plateado y con los flancos amarillo grisáceos. Es típica su forma de nadar en tramos rectos, movimientos rápidos y muy dinámicos , dicen que es por su capacidad y amplia agudeza visual. 

Marisa Landaluce es como la dorada, de trazados firmes y muy recta en su profesión de cirujana ocular. Nacida en Cambados, es añoradante de su mar y del verde azulado de sus aguas, le encanta viajar y como la dorada es introvertida pero muy afable con sus pacientes de los que se preocupa más allá de su normal obligación, llegando a empatizar y sentir los problemas que sufren ellos.

Una vieja hipótesis dice que la vista es el sentido más importante y que hay tres causas principales que lo explican. En primer lugar (dice la investigadora Asifa Majid, del Instituto Max Planck de Psicolingüística) se debe a que: “Casi el 50% del la estructura del cerebro se dedica al procesamiento visual”. En segundo lugar, que entre los sentidos que utilizamos más frecuentemente (la vista, el olfato, el oído, el gusto y el tacto) hay una jerarquía de la vista. Y finalmente, que los verbos referentes a la vista predominan en todas las culturas.

Marisa Landaluce lo sabe. Ella sabe y vive lo que sienten sus pacientes cuando pierden el más importante de los sentidos; ella siente con ellos la tragedia y tristeza de dejar de ver a sus seres queridos, su paisaje y su entorno habitual. Marisa Landaluce padece con ellos ese miedo a la terrible oscuridad, unas tinieblas que les llegan unas veces por la edad y otras de repente, sin piedad, sin avisar y dejándoles en una tenebrosa soledad. Por eso es tan importante el calor humano de un medico con su paciente, que cuando sufre este drama se queda solo, con su ceguera y con su oftalmólogo al que se agarra como a un bastón salvador, el único que le puede regresar a la luz, a la vida, a la normalidad sensorialmente hablando.

Marisa Landaluce, que tiene una férrea e inamovible voluntad de lucha y superación de las dificultades de sus pacientes, es la antítesis de la película “Vivir”, que relata de forma enrevesada el caso de Sidney Bradford, un hombre que perdió la vista antes de cumplir el primer año de edad y cuando la recobró sufrió un traumático choque ante la realidad de ver el mundo de forma distinta a la que el conocía. Pero la capacidad de lucha y superación de las dificultades de María Luisa Landaluce con sus pacientes no admite la derrota ni el fracaso. Para ella nada es más natural que el acto de ver, de facilitar que al abrir los ojos el mundo se abra con toda su magnitud tridimensional y podamos disfrutar de los abundantes contrastes, ricos en matices, texturas y colores de nuestro entorno.

Landaluce es una profesional más de ese departamento de ojos que sufre la precariedad cicatera de medios técnicos y humanos a la que por estrategias presupuestarias están sometidos, que soportan a veces la protesta directa de unos usuarios que no siempre comprendemos la situación de estrés a la que están sometidos. Pero al igual que todas las personas que trabajan día a día para que la gente recobre el más importante de los sentidos, sigue luchando con tesón y entusiasmo y, por qué no decirlo, mirando de reojo a una imagen de Santa Lucía que algún paciente amigo le regaló y ella tiene colgada en el tablón de su consulta. 

Firme, enérgica, minuciosa y disciplinada, es también tierna, afable y, sobre todo, solidaria con el dolor de aquellos pacientes que dentro de su drama tienen la fortuna de haber encontrado su ángel bastón en María Luisa Landaluce.

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