Opinión

Sara Inés Vega Nuñez

La encina es considerada árbol sagrado, como símbolo de fuerza, solidez y longevidad en diferentes ámbitos religiosos de la antigüedad, consagrada al dios Zeus en Dodona, a Júpiter Capitolino en Roma o a Perun, de la mitología eslava. Según diversas tradiciones, la clava de Hércules era de madera de encina, lo mismo que la cruz donde se crucificó a Jesucristo. Abrahán recibe las revelaciones de Yavé cerca de una encina.
En las laderas de la Ribeira Sacra, el clima se torna mediterráneo y como árbol autóctono hay muchas y hermosas encinas que conviven con nogales y castaños en una perfecta armonía paisajística. “Tié que ser campusina,/ tié que ser de las nuestras./ Nació cerca de una encina,/ cerca del camino nuevo” ( Luis Chamizo, “La nacencia”).


Sara Inés Vega, mi personaje de hoy, nació en Quiroga (Lugo), donde las encinas se “ hablan” a través del cañón del Sil con “el otro lado”, Castro Caldelas, donde fue a parar por causas me imagino que familiares. Sara Inés Vega es dura como la encina, de raíces que se insertan en la tierra de forma perenne, y que al igual que las de toxo verde son muy malas de arrancar; es persona de criterios firmes y de razones inquebrantables, pero al igual que la encina, su dulce sombra siempre se alarga para cubrir a los suyos, a su pueblo, a sus gentes, algo que ejerce hace desde hace más de veinte años con una dedicación y entrega que agradecen todos los que la conocen. Trabajadora de Servicios Sociales en el Ayuntamiento de Castro Caldelas; ex presidenta de la Federación Provincial de APAS; vocal autonómico del Consejo Escolar del Estado en Madrid y actual alcaldesa del Ayuntamiento de su pueblo.


Hace muchos años que la conozco a través de un coloquial sillón de peluquería, persona de frases cortas e imprescindibles palabras, hiperactiva, siempre con una agenda en sus manos y tomando notas como parodiando a Picasso con aquello de que: “La creatividad tiene que encontrarte trabajando”.
Por el color de sus ojos y su personalista cabello, a mí siempre me recordó a Mía Farrow en “La semilla del Diablo” o cuando Vidal Sassoon fue requerido por Frank Sinatra para que le cortase el cabello muy cortito para el primer golpe de manivela de su nueva película en América.


Sara Inés Vega, que odia la prepotencia, también es como la Farrow, persona muy relacionada con la solidaridad y ayuda a los que la puedan necesitar, y es justo y necesario que, al margen de siglas, regiones y entes públicos o privados, los ciudadanos empecemos a poner de nuevo en valor a todas aquellas personas, políticos o funcionarios, curas o “mediopensionistas” que día tras día se entregan a la siempre dura labor de trabajar por su pueblo y que no siempre son lo suficientemente agradecidos en incluso algunas veces no respetados.


Yo sé que a ella, a Sara Inés Vega, en los pocos ratos libres que le dejan sus tareas, le es suficiente con oír su música preferida, leer su inevitable libro semanal, contemplar su colección de cerámica gallega, cuidar su impecable jardín, cocinar para su familia... pero sobre todo contemplar el paisaje desde el Castro hasta Quiroga y sentirse como las encinas de a Teixeira, enraizada en su propia tierra.

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