Opinión

La estación de Ribadavia

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photo_camera Imagen de la estación de Ribadavia tomada en los años veinte.

La Estación de Ribadavia fue motivo prioritario de las corporaciones municipales en el último tercio del s. XIX. Ante la urgencia de conseguir terrenos para su ubicación en la zona de san Francisco, llamada también As Corredoiras, no dudaron las autoridades en hacer uso de los fondos del Hospital para sufragar dichos gastos. El trazado de la vía dejó al descubierto importantes restos históricos en las inmediaciones de Francelos y ya en el casco urbano, el vacío convento de san Francisco vio considerablemente mermadas sus dimensiones por dicho trazado.

Una vez concluida (1881) se organizaron importantes festejos, en los que participó toda la vecindad y en los que el ingeniero jefe de dichas obras fue el invitado de honor. Los gastos del sarao se importaron 4.000 reales, pero los ribadavienses no pusieron reparos al dispendio, pues desde siempre se sintieron orgullosos de sus instalaciones a las que acudían a pasear y contemplar el paso de las locomotoras. Muy pronto se situó como la segunda en importancia en la línea Orense-Vigo y sus andenes fueron el salón de recepción donde agasajamos a las personalidades que aquí se apearon.

Recién estrenada, se detuvo Alfonso XII, para quien bailó una muiñeira el vecino de San Cristobal Amando Torres Taboada, quien confesaría tras la marcha del rey que el monarca, entusiasmado por su interpretación le dijo: Amando, vente conmigo a Vigo. También fue saludado con todos los honores Cánovas del Castillo y en ambas ocasiones se ausentó de la recepción oficial el concejal Castor Sánchez, farmacéutico de profesión y fervoroso carlista quien, pretextando adquirir linfa para la farmacia del hospital local, se trasladaba a Vigo, evitando así un cumplido nada acorde con su ideología. Igualmente la parada del nuncio monseñor Cretoni (1896), acompañado del obispo de Orense, estuvo rodeada de toda la pompa y arropada por un numerosísimo público, mientras el periódico local El Avia se hacía eco de lo caros que salían estos saludos de cinco minutos en la estación a los ministros, gobernadores, diputados o lo que sea, que camino de Orense o Vigo son obsequiados con un refrigerio.

Pero fue la parada de Alfonso XIII (1908), cando se dirigía a Villagarcía para tomar posesión de la isla de Cortegada, que se le había regalado por suscripción regional, la más recordada por la anécdota protagonizada por una vecina “La Marota”. Aquel tórrido verano en que la escasez de agua hacía peligrar la cosecha y la buena señora, después de escuchar respetuosamente los acordes de la Marcha Real interpretada por nuestra laureada La Lira, “furando” entre la muchedumbre y burlando todos los controles de seguridad, se acercó al monarca y le suplicó: “!Ay señor!, ben podía mandarnos una chuviña” a quien un sorprendido Alfonso XIII, cogiéndole las manos le respondió: “Buena mujer, eso no está en mis manos sino en las de Dios. Hasta tanto no llega mi poder”, dicha parrafada quedó en el imaginario local largo tiempo y cando “La Marota” era interpelada por los vecinos preguntándole por el rey, contestaba invariablemente: É moi xeitoso.

Esta hermosa foto de la estación de Ribadavia, datada a finales de los años veinte, refleja el ambiente de expectación vivido en una de tantas paradas que en este caso no podemos documentar por falta de información. Un escenario irrepetible y no porque los reyes y políticos solamente se suban hoy a los trenes para inaugurar un trayecto del AVE, ni por las ausencias del kiosco, ni de las instalaciones que en la derecha de la fotografía, albergaban, con su característico alero de madera, los denominados con toda propiedad, retretes, sino por la actual política ferroviaria, que en años anteriores fletaba servicios especiales entre las estaciones de Guillarey y Orense, con motivo de las fiestas del Portal y el san Pedro en la villa de Ribadavia. La misma administración que hoy cuenta con la flagrante pasividad de la corporación ribadaviense, que contrariamente en las fiestas patronales de 1888 hizo sus gestiones como recuerda la prensa del momento: Para facilitar comodidad y economía a los que concurran a los festejos, el Ayuntamiento espera obtener de la compañía del Ferro-carril, trenes especiales a horas extraordinarias con rebaja de los precios de tarifa… Una nefasta política y una abúlica administración local que al permitir la reducción de horarios y tolerar la falta de servicios, relegó a la estación de la capital del Ribeiro a la categoría de apeadero.

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