Opinión

Una infanta en Ribadavia

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Las sucesivas paradas realizadas por Alfonso XII en la estación de Ribadavia al poco de inaugurar las instalaciones, y años más tarde por su hijo Alfonso XIII ya quedaron reflejadas en estas crónicas de antaño. En ambas circunstancias y en un idéntico escenario, siempre atiborrado por un público expectante, evocamos a los protagonistas locales de ambos eventos, como Amando Torres vecino de San Cristóbal, apodado El Bailarín del Ribeiro, quien interpretó una muiñeira para el soberano, y “La Marota” recordada por la petición que, tras burlar todos los controles de seguridad, hizo aquel tórrido verano con una prolongada sequía que hacía peligrar la cosecha, a un desconcertado Alfonso XIII: ¡Ay señor ben podía mandarnos una chuviña!

Tras aquellas ceremonias que se limitaron al recinto de la estación, no vendría ningún miembro del núcleo duro de la familia real a nuestra Villa hasta 1914, cuando la Infanta Isabel hizo una visita comme il faut. Hija de Isabel II y por ende hermana de Alfonso XII fue en dos ocasiones Princesa de Asturias, muy unida al rey, colaboró siempre con las causas de la corona y fue por su carácter la más popular de su familia.

Viajera infatigable por el territorio nacional, fue también un valioso activo durante el reinado de su sobrino y en sus excursiones por Galicia era una habitual de los manantiales de Mondariz, entonces en sus años de esplendor. Durante una de sus estancias estivales, el 15 de julio de 1914, procedente del balneario, tal y como estaba anunciado, llegó en un coche de su propiedad junto a su secretario particular, señor. Coello, y su dama de compañía, la señorita Margot Beltrán de Lis.

Meruéndano Fermoso en sus Efemérides Locales describe así la llegada: Disparose una decena de bombas de palenque, repicaron las campanas de las iglesias, La Lira entonó la Marcha de Infantes y entre el público congregado, estalló una imponente ovación, que prolongose durante largo rato. Delante de lo que hoy es Alameda y era entonces frondoso Campo de la Feria, la esperaban el alcalde Benito Puga con la corporación en pleno, Gobernador Civil, los párrocos de Muimenta, san Esteban y Vieite, autoridades del Partido y periodistas de Orense.

El semanario Noticiero del Avia narra los pormenores del recorrido a pie cogida del brazo del Alcalde hasta el templo de santo Domingo, donde la aguardaba el señor Abad, don Leandro, ataviado con capa pluvial, procediendo seguidamente a la solemne entrada bajo palio cuyas varas conducían el párroco de Muimenta, R. Davila, el abogado Eduardo G. Penedo, el exalcalde Fabio López, el médico Tomás Vidal y el director del periódico, Emilio Canda. Tras entonar un solemne Te Deum la Infanta examinó el artístico templo, admirando sus preciosidades arqueológicas, demostrando poseer profundos conocimientos sobre la materia. De regreso del templo se la obsequió en la alameda con champagne.

El refrigerio había sido encargado al veterano cafetero Guillermo Touza, quien ataviado para la ocasión con elegante chaquetilla blanca y limpísima servilleta, recuerda Meruéndano Fermoso, procedió a descorchar las botellas a base de un fuerte estampido y proyectando el corcho a gran altura, lo que motivó que “La Chata”, como era conocida popularmente doña Isabel, con una mezcla de autoridad e ironía le ordenase: ¡Descórchelas sin ruido!

Dicha amonestación ante un público numeroso y selecto no agradó a Guillermo Touza, un reconocido profesional de la hostelería, y desde entonces nunca vio con simpatía a aquella infanta que gozaba del favor popular. El incidente se propaló por toda la Villa y cuando alguien le recordaba la anécdota, Guillermo contestaba invariablemente: Que va a enseñarme a mí esa señora. Si cuando ella nació yo había descorchado más de dos mil botellas de champagne de todas las marcas conocidas.

Terminado el ágape, doña Isabel y su séquito se trasladaron a la Plaza Mayor, donde la ilustre huéspeda se interesó por las ruinas de nuestro castillo, y antes de subir a su automóvil con dirección a Orense, entregó 75 pesetas para los pobres, que se distribuyeron de la siguiente manera: para el Asilo, 15 pts; a los presos, 9 pts; al enfermo S.R., 21 pts; a la enferma J.R., 10 pts; a la enferma C.G., 10 pts; al enfermo C.R., 5 pts, y la crónica del hebdomadario de aquel 25 de julio de 1914 finaliza diciendo la despedida que se le tributó fue tan entusiasta como el recibimiento.

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