Opinión

Martínez Vázquez, un mecenas ribadaviense

El nombre de José Mª Martínez Vázquez (1838- 1914), un generoso vecino, permanece en la memoria local por su legado, sin embargo su biografía es desconocida por muchos ribadavienses, que lo sitúan natural de Carballino, pese a la lápida instalada en la Casa de la Inquisición, que en plena calle de San Martín nos recuerda donde nació. Los libros parroquiales confirman que fue bautizado en san Juan y apadrinado por Felipe Pérez y Juana Araujo, vecinos de la Oliveira, pero apenas tenemos datos de su infancia, suponiéndolo alumno del colegio local, ya que sus iniciativas y curiosidad nos lo muestran con la preparación necesaria para lograr un importante patrimonio que legaría en su testamento A fines de beneficencia e instrucción y educación Pública(…) siendo mi voluntad fundar en la villa de Ribadavia en la cual he nacido y pasado los primeros años de mi vida, un establecimiento de Primera Enseñanza y Educación para todos los niños pobres de la misma y de los pueblos de su municipio.

Pero estos años oscuros de su vida fueron un tanto iluminados por un ejemplar del periódico carballinés Ambiente que me proporcionó el doctor Peña Rey, siempre atento al devenir ribadaviense. En una crónica firmada por P.V. lo define como uno de los más curiosos personajes del Carballino de entonces. Natural de Ribadavia, se estableció aquí en el último tercio del XIX con un comercio de tejidos (…) pero su verdadero negocio era el préstamo. Prestamista pero no usurero, recalca, de tal forma que devueltas las cantidades en el primer mes no devengaba intereses. Hombre de una justicia y exactitud rigurosas, sin perder nada de lo suyo, le prestaba ayuda al trabajador y al hombre de iniciativa. Continúa enumerando sus aficiones entre las que primaba la atracción por el progreso, lo que le impelía a adquirir cualquier invento o adelanto del que tuviera noticia.

Primeramente instaló en su comercio un higroscopio, el fraile de la vara y la capucha, entonces totalmente desconocido; le seguiría un enorme velocípedo, asombro de sus vecinos y por último se trajo de la Exposición Universal de París de 1900 un coche “Gran Premio”, el primero de la comarca que vivió admirada aquel extraño armatoste que al darle manivela en el costado se encendía en explosiones aterradoras, iniciando después una marcha lenta con ruido de cadenas e hierros alborotados.

Don José Mª apodado “El Garbancito” (sic) soltero, magro y enjuto de carnes, dormía en la trastienda del comercio, comía en una fonda cercana y cuidaba personalmente de sus pajaritos, por los que sentía pasión. Todas las tardes daba un paseo de ocho Km y a su regreso, tras cambiarse de calzado, iniciaba la tertulia en su comercio a la que asistían entre otros, el escribano Camilo Ramos y los médicos Pablo Rodríguez y García Espinosa. Termina la semblanza citando su testamento, donde encarece a sus albaceas que entreguen a cuatro vecinos pobres de Ribadavia, los cuales hayan de conducir mi cadáver, tres varas y media de pardomonte a cada uno y en lo referente al centro de enseñanza para los niños pobres del municipio, especifica: A ese objeto destino y lego la casa-palacio que en la misma villa perteneció al fiando marqués de Baamonde y he adquirido a la señora marquesa viuda en el pasado año de 1908.

El 15 de mayo, en esas instalaciones se celebró un magnífico concierto, conmemorando el 30 aniversario de la apertura al público del Museo Etnolóxico, nuestro MER. Prueba evidente de que la sociedad ribadaviense tras diversos empleos y drásticas transformaciones del caserón del marqués, continúa usando y disfrutando el legado de Martínez Vázquez. Por ello no estaría de más que desde el ayuntamiento la concejalía encargada del ornato público, proceda a la limpieza de su tumba, enmohecida por la pátina del tiempo que oculta su nombre, pero en la que se mantiene nítidamente un siglo después de su óbito, una lapidaria advertencia que, temerosa tal vez de olvidos ingratos, nos recuerda a todos sus herederos: Propiedad del que lo ocupa.

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