Opinión

Asalto telefónico

Estás en casa, tranquilo. De repente, suena el teléfono fijo, al que ya casi nadie llama, y tras el "dígame" de trámite, oyes una voz que dice: "Soy fulana de tal, y le llamo porque estamos promocionando... etcétera ". A la señorita le han encomendado un trabajo de asaltadora de intimidades, bastante horrible, pero ella no tiene la culpa. Siempre respondo diciendo que, por favor, me facilite el teléfono del domicilio del presidente del consejo de administración de esa empresa o de su director general para llamarle a él, a su casa, cuando me venga en gana. Nunca me lo dan, claro, entre otras cosas porque la esclava que han contratado para ese trabajo es muy posible que pertenezca a una tercera empresa.

Conduces tu coche, camino de una gestión, algo intranquilo, porque estás pendiente de una llamada y, sin esperarlo, suena el móvil; intentas detener el coche en doble fila o en la cuneta, según el lugar, y contestas con los latidos del corazón acelerado. Y es entonces, cuando escuchas: "Soy fulano de tal, le llamamos para proponerle una ventajosa oferta sobre...". Y cortas, y vuelves a tu ruta y te acuerdas de toda la familia de los componentes del consejo de administración de esa empresa que abusa de poseer los teléfonos particulares de millones de españoles para asaltar su intimidad.

No creo que esté tipificado, pero me parece un delito. Un delito sucio y rastrero, irrespetuoso e inconstitucional que merecería un rechazo a esas compañías que usan esos métodos en contra del artículo 18 de la Constitución Española. Son ustedes unos sinvergüenzas. Tienen recursos suficientes para llegar a los clientes. Han utilizado nuestros datos personales o los han comprado. O sea, unos sinvergüenzas. Y llévenme ante los tribunales, si son tan sinvergüenzas. En un próximo artículo relataré las empresas sinvergüenzas que han asaltado mi intimidad durante el último mes.

Al menos, utilicen nuestro e-mail, que también poseen, pero no nos sobresaltará conduciendo un coche o reposando en nuestra casa. Asaltadores de la intimidad. En suma: sinvergüenzas.

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