Opinión

Historias mínimas de gente corriente: Las mascarillas de Rosa

Recordando a María Magdalena cuando acudió al sepulcro a ungir el cuerpo de Jesús, a cuidarlo con mimo, pienso en cuántas personas son Magdalenas estos días sosteniendo la vida, la esperanza y el futuro. Tengo escritos sus nombres. Ese grupo de mujeres que poniéndose “manos en la masa” elaboran todas las semanas productos de repostería para que desde la parroquia de San Pío X se pueda ayudar en los desayunos de familias con menores. O esa comunidad de religiosas mayores que han entregado su vida en el mundo sanitario y que hoy están atentas a la familia del piso de arriba que han sido diagnosticados como positivos del COVID-19. O Paula, que versiona canciones para enviarlas a los contactos que tenemos en la parroquia para animar con los momentos de desasosiego.

Magdalenas como Rosa, abofeteada duramente por la vida. Rosa tiene 89 años, viuda desde hace 37 años y confinada por el luto y el dolor desde hace 15 cuando su único hijo falleció en un desgraciado accidente de tráfico. Rosa, con una máquina de coser medio destartalada, confeccionó 27 mascarillas y con su bastón como acompañante las trajo a la parroquia para que puedan ayudar a personas que las necesiten. Estoy seguro de que las mascarillas de Rosa no pasarán los parámetros sanitarios, pero también estoy persuadido que son las más auténticas.Están cosidas por los hilos del corazón. 

Este empeño de tantas historias mínimas de gente corriente como la de Anxo e Iria, dos hermanos de 11 y 9 años que elaboraron un cuento animado basado en “El libro de la selva” y lo enviaron a la parroquia para que se lo podamos regalar a otros niños que no tengan cuentos en su casa. 

Estas historias y tantas otras que recorren casas, barrios, pueblos y ciudades nos recuerdan que esta sociedad se reconstruye con los ladrillos que cada uno puede aportar, para edificar un puente o un muro. Es una misión compartida. Sólo arrimando el hombro será posible “volver a sentirnos artífices de una historia común” (papa Francisco). Es el pueblo, somos como pueblo los artífices y los protagonistas de un nuevo tiempo en el que las piedras del sepulcro de la indiferencia y del egoísmo puedan ser retiradas definitivamente.

La gente corriente a veces está “ausente” por omnipresente. Es gente tan normal que nos hemos olvidado de que también son especiales e imprescindibles.

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