Opinión

La insoportable levedad del juez

Cargados de pseudorrazón por esa suerte de demagogia alimentada por la crisis económica, campa a sus anchas una raza de políticos advenedizos que intenta ajusticiar a sus rivales con la complicidad, a veces inconsciente, de algunos jueces empeñados en cambiar a golpe de imputación las reglas del juego político. Yo te denuncio, su señoría te imputa y tú ya tienes tu condena sin que medie una sentencia. Es probable que te absuelvan, pero eso es lo de menos. Lo importante es que le hemos dado una sacudida al sistema, y eso es lo que está de moda. No podían faltar en estos linchamientos medios de comunicación foráneos que tratan a la desesperada de pescar lectores en ríos revueltos por el engaño. La lógica de la Justicia ha sufrido un increíble giro: ya nadie es inocente hasta que se demuestre lo contrario.

Este modo de entender la política y de ejercer la Justicia ha sembrado esta provincia de muertos vivientes, de representantes políticos avalados por las urnas pero fulminados por esta dinámica de acusación, imputación y después nada de nada. Se van a cumplir cinco años desde que esta ciudad se despertó con su entonces alcalde, Francisco Rodríguez, en el calabozo, por orden de la célebre juez Pilar de Lara. Controvertida, contestada por el mundo de la judicatura pero omnipotente en la toma de decisiones, ha modificado el mapa político de esta ciudad (y de otras), al hilo de grabaciones de individuos sin solvencia que presumían entre sí de valiosas influencias. El exalcalde todavía no ha sido procesado por ninguno de los delitos que se le imputan, es más, una de las causas en las que estaba acusado ha sido archivada, pero aún le queda mucho tiempo de condena antes de que la Justicia dicte justicia. Esta cadena de anómalos procesos políticojudiciales ha hecho caer como piezas de dominó a numerosos concejales de la ciudad, hoy absueltos pero apartados artificialmente de la cosa pública. El perverso efecto está conseguido; la redención total es ya imposible. 

Los jueces tienen la primera y la última palabra, pero en ciertos casos la primera se precipita en exceso y la última acostumbra a llegar demasiado tarde, cuando el público ha perdido el interés por el espectáculo y los daños son irreversibles. El presidente de la Diputación, Manuel Baltar, vive hoy un vía crucis judicial, nacido de una vendetta, el dedo acusador de un grupo político que ha crecido agitando cloacas inciertas para hacer valer la engañosa hipótesis de que en Ourense el agua siempre está sucia, y la actuación de una jueza, con polémicas actuaciones a sus espaldas, que, en contra del criterio de la propia Fiscalía, se ha refugiado en indicios hartamente dudosos para  prolongar una causa que el sentido común ha despachado como lo que es: un debate moral sobre la presunta golfería consentida entre dos adultos, hecho que, en todo caso, aún estaría por demostrar. No existe materia para nada más. No hay “indicio alguno sobre el supuesto trato que vinculara sexo con la concesión de un puesto de trabajo”. No existe “indicio racional mínimo que permita enervar el principio de presunción de inocencia por la existencia de un hecho delictivo”. Y esto no lo dice el sentido común, sino la propia Fiscalía.

       Si no hay muerto, no es posible acusar a nadie de asesinato. Pero ahí seguimos, atrincherados en la judicialización de la vida pública y en la politización de los procesos judiciales, profundizando en el morbo, buscando el martirio a cualquier precio de quien se muestra imbatido en procesos democráticos en los que quienes hablan y toman decisiones son directamente los ciudadanos. Desafortunadamente, siempre hay quien se presta a un juego dañino que, para colmo, solo contribuye a exportar una imagen de Ourense trufada de clichés y leyendas negras, escritas en algunos casos por una minoría de ourensanos acomplejados y amplificada por narradores foráneos que esconden sus vergüenzas, señalándonos con el dedo acusador. Ni caso, Ourense no tiene nada que ocultar y sí mucho de lo que presumir. A ver si nos damos cuenta de ello de una vez por todas.

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