Opinión

Sánchez maniobra en el tablero internacional

Europa, y por extensión el norte de África, son un tablero de ajedrez en la delicada partida de organizar un nuevo orden internacional. La cruel invasión de Ucrania por Putin, el riesgo de guerra mundial con amenaza nuclear, un desafío energético que disloca a la Alemania dependiente del gas ruso -el gran error de Ángela Merkel- mientras la inflación en carburantes y alimentos paraliza transportes y debilita economías domésticas, componen el cuadro escénico con tintes dramáticos que estamos viviendo.

Noticias desconcertantes con rasgos épicos se suceden a diario, con la tragedia humanitaria ucraniana de fondo: los primeros ministros de Polonia, Chequia y Eslovenia viajan en un tren de alto riesgo y se plantan en Kiev para apoyar a Zelensky; una periodista rusa se juega quince años de cárcel irrumpiendo en un telediario en directo con un cartel que dice “No a la guerra”; taxistas de Madrid y particulares espontáneos de toda España viajan a recoger refugiados a la frontera de Ucrania, donde ya operan mafias de trata de personas; allí la policía polaca exige garantías para que los menores no acompañados que huyen de un infierno, no terminen en otro. La solidaridad es conmovedora: pero la maldad no descansa ni en la tragedia.

Entretanto, las políticas nacionales viven en el desconcierto y reproducen tensiones entre la audacia y la desorientación. La ultraderecha simpatizante de Putin se esconde; economías como la italiana, de intenso comercio con Rusia, se resienten especialmente; los independentistas catalanes ajustan cuentas entre ellos (Gabriel Rufián, de ERC, acusa al entorno de Puigdemont de coquetear con el Kremlin “disfrazados de James Bond”); la campaña electoral francesa se desdibuja; la Iglesia Católica se crece ahora porque, en la crisis de Siria, el Papa Francisco pidió que cada monasterio o parroquia acogiera a una familia de refugiados y casi nadie le hizo caso. 

Pedro Sánchez ha sorprendido con esa carta al rey de Marruecos en la que acepta que el Sáhara sea una autonomía de Rabat. Casi medio siglo después de la Marcha Verde, llega esa rectificación de Estado. Observen el contexto: Alemania quiere estrechar lazos con Marruecos y por otro lado, Italia con Argelia. Es una guerra militar, diplomática, estratégica, energética y de la información. España y Portugal disponen de un tesoro inédito en Europa en estas circunstancias: plantas regasificadoras. Seis en España y una en Portugal. Los gasoductos rusos perderán valor si se construye otro entre la Península Ibérica y Francia. El Elíseo y los ecologistas que se oponen tendrán que aceptarlo por fuerza mayor. Pasa algo similar con el referéndum de independencia en el Sáhara, eternamente aplazado. La reivindicación del sufrido pueblo saharaui puede archivarse en el cajón de asuntos imposibles. “La historia está llena de injusticias”, escribe Lluís Bassets en el El País, cuando advierte: “Nunca dos guerras a la vez”.

El giro inesperado de Pedro Sánchez en el Mogreb decepciona a la izquierda y desconcierta al Partido Popular, tradicionalmente antimarroquí. Es arriesgado, pero en privado se admite que la jugada debe responder a una estrategia de mayor alcance. Aunque soporte una pertinaz campaña de descrédito mediático, se reconoce que Sánchez se mueve con soltura en la escena internacional. Trabajó año y medio en el Parlamento Europeo y estuvo otro en Bosnia con la fuerza de Naciones Unidas. Sus antecesores en el cargo, Rajoy y Zapatero, tenían más experiencia provincial que internacional. En circunstancias como ésta, esa experiencia cuenta, lo que no es garantía de acierto. Veremos si logra esa reordenación energética de Europa. Ojalá. Tiempos muy difíciles.

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