Opinión

Sin Gobierno, pero con ejecutivo europeo

El pasado viernes 6 de diciembre, aniversario de la Constitución, el Congreso de los Diputados, era lo más parecido a una casa de apuestas. ¿Habrá gobierno, o no? ¿Antes o después de Navidad? ¿Con Esquerra Republicana, o con la fórmula constructiva sugerida por Inés Arrimadas de abstención de populares y voto a favor de Ciudadanos? No había allí otra conversación, pero sin respuestas cien por cien segura. Nadie se atreve a afirmar con rotundidad que no habrá nueva convocatoria electoral, que en realidad no sería la tercera, sino la quinta. Un despropósito. El único detalle nuevo es una tímida propuesta popular para combatir el bloqueo por ley con una prima de diputados al que gane, o equivalente. Veremos. Cualquier innovación legislativa necesita un gobierno previo.

La ansiedad en torno a la falta de acuerdo para investir a Pedro Sánchez tapó en las conversaciones la significativa novedad del discurso de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet. Citó textualmente a la princesa de Asturias, de Girona y de Viana, heredera del trono, y reprodujo sus palabras en catalán, porque en catalán doña Leonor habló en Barcelona. Hay una lectura muy interesante en ese gesto; y no solo por el idioma: en acto oficial, la tercera autoridad del Estado citaba por primera vez -ningún cargo institucional lo ha hecho hasta ahora- a la que será con el tiempo la primera, por más que hoy tenga catorce años.

España no tiene aún gobierno firme pero Europa sí. La presidenta de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen, se presentó con tres compromisos clave: ocuparse del cambio climático, de las migraciones y del desempleo. Ha compuesto un ejecutivo potente y prestigioso que tiene en Josep Borrell a uno de sus pilares. Vaya contraste: somos europeos y en Bruselas participamos de la capacidad de pacto entre populares, socialdemócratas, liberales y hasta Verdes, para crear un gobierno sólido, mientras que en España las mismas fuerzas políticas, juegan al bloqueo, o a la exclusión. Una pena. Si Pablo Casado hiciera caso a Ángela Merkel (bastaría con que tuviera en cuenta las opiniones de Alberto Nuñez Feijóo); si Albert Rivera hubiera hecho caso a Macron; y si Pedro Sánchez hubiera tenido más voluntad de entenderse que de aprovechar reticencias ajenas para repetir unas desafortunadas elecciones, estaríamos en otra situación. Pero hay lo que hay.

El lunes 2 de diciembre, primer día de la andadura del nuevo Gobierno europeo, estábamos en Bruselas pulsando el renovado ímpetu de esta legislatura iniciada tras las elecciones de mayo. El pronóstico, en su día, era malo: los populistas amenazaban con llegar a un tercio de parlamentarios y disponer de capacidad de bloqueo. Se quedaron en poco más del veinte por ciento. El expresidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, hombre de Berlusconi, al presentar el documental “Un viaje al corazón de Europa”, en acto organizado por el eurodiputado español Domenech Ruíz Devesa, fue taxativo en su receta anti populista: “Hay que hacer política (...) Y para eso hacen falta políticos”. Tan sencillo como eso y tan difícil; al menos en España. Aquí no se hace política sino bloqueo o exclusión. Y no hay políticos como aquellos que hicieron posible la Constitución, o los Pactos de la Moncloa contra la crisis. Para los de hoy, pactar es casi sinónimo de traicionar, aunque la sociedad lo reclame. 

Con todo, el Gobierno en funciones avanza, salvo en lo que la ley prohíbe. Sánchez tuvo reflejos para proponer Madrid como sede de la COP 25, alternativa a un Santiago de Chile desestabilizado. Barcelona había pedido antes esa capitalidad pero las actuales autoridades catalanas son monotemáticas y no ofrecen garantías de estabilidad. Por esa misma razón, Barcelona, desgraciadamente, perdió la Agencia Europea del Medicamento que salía de Londres por el Brexit y no aceptaba la lotería secesionista en otra parte. Acabó en Amsterdam. Pérdida muy sensible.

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