Opinión

Catorce siglos masacrando coptos

El asesinato de 45 de cristianos coptos, muchos niños, en un autobús y dos coches camino del monasterio de San Samuel en el corazón de Egipto es otra de las masacres que sufren habitualmente los cristianos desde que los musulmanes conquistaron su país en 639, sólo siete años después de morir Mahoma.

La mayoría de los ocho millones de egipcios que había entonces era cristiana y vivía bajo la autoridad bizantina: eran los antiguos egipcios y hablaban su idioma, el copto; los conquistadores venían de Arabia e impusieron el árabe. El copto permanece en ceremonias religiosas cristianas.
Egipto tiene 94,5 millones de habitantes, pero las distintas variedades de coptos son sólo el diez por ciento, sometidos durante estos 1.378 años a persecuciones, masacres, y secuestros de niños para hacerlos soldados mamelucos y mujeres para embarazarlas y crear mahometanos.

Los coptos son, como “dimmis”, una clase social más segregada y perseguida que los negros en la Suráfrica anterior al presidente Mandela. Pero, sobre todo, sufren esas masacres y humillaciones que los han arrojado literalmente a la basura: de recolectarla, entre ella y de venderla  vive gran número en horribles barrios malolientes de El Cairo. Aparte de la última masacre, recuérdense otras recientes: el 9 de abril, Domingo de Ramos, el GAESH atentó en las catedrales de San Jorge, en Tanta, y de San Marcos, de Alejandría, 46 asesinados. El 11 de diciembre en la iglesia de San Pedro, en El Cairo, 32 fieles, la mayoría mujeres y niñas.

 Que la izquierda radical, como el líder laborista británico Jeremy Corbyn, diga que los atentados islamistas los provoca la política occidental atenta contra la inteligencia. 
Desde Mahoma son constantes allá donde domina su religión: tenemos a los coptos como víctimas y testigos perennes.

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