Opinión

Los colores del "World Pride"

En el centro de Madrid, expandiéndose desde el barrio de Chueca, queda un fuerte olor a orines que durará varios días, como todos los años, mientras que para los homosexuales poco exhibicionistas perdurará el desagradable tufo de la hipocresía política. Ambos vahos se deben a las fiestas de esta semana del “World Pride”, la reunión internacional del Orgullo de las asociaciones LGTB (lesbianas, gais, transexuales y bisexuales) que eligió Madrid como su centro conmemorativo de 2017.

La alcaldesa Manuela Carmena se atribuyó el éxito de esta fiesta del arcoíris que publicita todas las preferencias sexuales. Comunista cuando Fidel y el Ché Guevara fusilaban “esa mierda burguesa y contrarrevolucionaria de los maricones”, como decía el argentino, Carmena dejó el mensaje de que, precisamente, lo revolucionario es ser homosexual. Pero quien negoció y firmó ya en 2013 la celebración de este evento mundial, asómbrese usted, fue Ana Botella, esposa de Aznar y exalcaldesa de la ciudad. Negocios son negocios, también para ser hipócrita, y Botella antepuso los intereses económicos de la capital a sus creencias; aunque quizás aplicó el mandato de Jesús de “Al César lo que es del César”. Pero el mayor hipócrita fue Pablo Manuel Iglesias, que cobra 3.000 euros semanales de Irán, donde sus patronos televisivos ahorcan homosexuales colgándolos de grúas: desfiló exhibiendo una bandera arcoíris entre conmilitones con camisetas del Ché; los ejecutados cubanos o iraníes huelen a putrefacción, usted también, señor Iglesias Turrión.

Carmena había anunciado que en Madrid se reunirían tres millones de LGTB de todo el mundo, pero quizás eran solo un millón, bastantes menos que en 2016, entonces fiesta local. El olor del miedo al islamismo retrajo a muchos posibles asistentes: como Jehová en Sodoma, la yihad purifica con fuego al pecador infiel.

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