Opinión

Imperialismo catalanista

El mayor peligro para la paz tras una hipotética independencia catalana es el del imperialismo nacionalista, que se considera con derecho a apoderarse o al menos dominar otras regiones con lenguas similares al autonómico sin tener en cuenta que parte de sus poblaciones se levantaría violentamente para evitarlo.

Tras el anuncio de los dos grandes bancos catalanes de marcharse, el Sabadell a Alicante, la Caixa a Valencia y sus empresas a Palma de Mallorca, Oriol Junqueras, uno de los motores del separatismo como líder de ERC y vicepresidente de la Generalidad, dijo ufano que “no importa, porque siguen en los Paísos Catalans”.

 Con una independencia recién conquistada la autoestima nacionalista se descontrola, igual que la soberbia de sentirse raza superior –hemos derrotado a un viejo país como España-; solo le queda adueñarse del lebensraum, el espacio vital que le pertenece porque “en esos territorios hablan catalán con variantes locales”.

El nacionalismo tiene tan asumido que las islas Baleares, la Comunidad Valenciana, partes de Murcia y Aragón y el sureste francés, son propiedad de Cataluña, que de lograr la independencia el siguiente paso será absorberlos, incluso por las malas: los más extremistas desean revivir “Terra Lliure” como vehículo.

 El concepto de los “Paísos Catalans” se debe al falangista valenciano, Joan Fuster (1922-1992) que traspasó el ensueño de su ideología –el Imperio con el catolicismo y el idioma español conquistadores del mundo—al ámbito del dialecto de la familia accitana más hablado, el catalán, anteponiéndolo al valenciano o al balear y sus variantes.

 Aunque tratan de ocultarlo, en el nacionalismo catalán convergen numerosas rasgos del fascismo, especialmente su carácter supremacista y el expansionismo que reclama su espacio vital.

Para ellos los “Països Catalans” son como Austria y los Sudetes para para los nazis.

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