Opinión

Leonar ante Don Pelayo

Este desdén que expresan buena parte de los españoles hacia su origen e historia propicia el engrandecimiento de los nacionalismos, que agigantan pequeños mitos.

Se debe especialmente a que quienes deberían divulgar las grandezas que construyeron España no quieren recordar que son base de su existencia actual.

Este sábado se simbolizó en la cueva y en el Santuario de Covadonga el nacimiento de la que resultó España a partir del 722, hace 1396 años: la presentación de Leonor de Borbón como princesa de Asturias, heredera de la Corona de Don Pelayo.

Fue quien venció a las tropas musulmanas enviadas desde Córdoba tras su rebelión contra el gobernador de Gijón, Munuza, asentado poco después de la invasión y ocupación en 711 de casi toda la península obedeciendo a la yihad, la orden de conquistar el mundo para Alá. 

Así comenzó la Reconquista frente a las tropas del Califato Omeya, que se había lanzado a imponer el islam en toda tierra conocida.

La gesta de Pelayo continuó intermitentemente hasta la conquista de Granada, que prácticamente unificó la península ibérica bajo el cristianismo en 1492.

Aunque ahora hay españoles de la izquierda proislámica, cercanos a Podemos, que rechazan la conmemoración de aquellos ocho siglos que evitaron que España y seguramente Europa fueran como los países islámicos.

La ceremonia de presentación ante la tumba de Don Pelayo de la futura reina, según la Constitución, fue una ceremonia fría y desangelada, sin grandeza, que contribuyó muy poco a recordar la importancia de los orígenes de España ante toda agresión interna o externa.

España, que posee rituales tan elaborados como los de la monarquía británica, debería emplearlos para que sus ciudadanos se enorgullezcan del país al evocar su historia y contemplar sus símbolos: no todo debe ser Hola.

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