Opinión

Machismo y guerras

Cientos de miles de refugiados llegan a Europa. La mayoría son hombres jóvenes y fuertes, aunque las televisiones muestren desproporcionadamente a madres y niños, que son minoritarios. Esas masas de hombres en edad de enfrentarse a los opresores de los suyos escapan de los conflictos con un pánico que haría sonrojar a sus antepasados, guerreros durante siglos.

El hombre joven y fuerte debe ser valiente, enfrentarse, no huir de la opresión ni de los abusos. Desde los albores de la humanidad los combate para garantizar la supervivencia de los suyos. Ese espíritu es el motor de la evolución humana, permitiendo salir de las cavernas y enfrentarse a los elementos, cazar, luchar contra las fieras y defender a los más débiles.

Hace ochenta años los españoles sufrieron terrible guerra civil en la que participaron en ambos bandos todos los hombres aptos –también muchas mujeres—en defensa de unas u otras ideas, forzados o voluntariamente.

Sólo huyeron tres años después los definitivamente derrotados. Habían luchado, no huido cobardemente mezclándose con mujeres, niños y ancianos.

En occidente, gracias a sus esfuerzos, gran parte de las mujeres es equiparable ahora laboral, social y políticamente a los hombres, algo que no ocurre en sociedades dominadas por esos supuestos refugiados, que en sus países las explotan y les impiden evolucionar. En occidente, y amparándose tras las mujeres y los niños, reciben igual trato que ellas. Cuando son inmigrantes económicos que saben que, como víctimas, podrán vivir confortablemente, incluso sin trabajar.

Deben analizarse con desconfianza las masas de machos sirios, afganos o de donde vengan estos refugiados, algunos terroristas, que además de no defender a los suyos, se amparan en esas mujeres a las que siguen despreciando y oprimiendo, también aquí, apoyados por gochistas filantrópicos y falsos progresistas.

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