Opinión

A palabras necias...

La carta enviada por Andrés Manuel López Obrador en las que se exige al rey de España y al Papa de Roma que pidan públicamente perdón al pueblo de México por el supuesto genocidio perpetrado por los conquistadores y religiosos hace quinientos años, sería difícilmente disculpable si hubiera sido redactada por un ciudadano cualquiera, porque los razonamientos esgrimidos son inasumibles y disparatados. Pero ese comportamiento resulta un insulto si su autor es además el presidente de la nación. López Obrador cierto es, representa un estereotipo muy frecuente en la política latinoamericana, es decir, un gobernante populista, cínico, agitador y manipulador, que juega con los sentimientos de la gente y maneja sus emociones en la línea de Castro, Maduro, Chávez, Ortega, Lenin Moreno, Cristina Fernández de Kirschner, Lula, Bolsonaro o Evo Morales. Pero, al contrario de algunos de quienes han ocupado  sillón presidencial en ese hervidero de conflictos e intereses, el jefe del Gobierno de México no es, como pueden ser Maduro, Daniel Ortega y Evo Morales, unos auténticos indocumentados.

El gobierno español y los partidos políticos principales salvo Unidas Podemos -que siempre se ve en la obligación de dar el cante y desmarcarse de todos los demás para que no lo comprometan en nada- ha reaccionado rechazando enérgicamente  esta comunicación del presidente de México, que se empeñó en comentar además de palabra en una de sus últimas intervenciones. Pero se ha pretendido desde varios sectores, disculpar su actuación apelando a un desconocimiento de la Historia y a una pretendida ignorancia del mandatario. Pero López Obrador ni tiene ni puede aspirar a tener un perfil revolucionario. Es un producto clásico de la burguesía provinciana, de familia comerciante, influyente y rica, universitario, licenciado en Ciencias Políticas y Administraciones Públicas, alcalde, gobernador y presidente de Distrito. Un político corrido y bien formado que no da puntada sin hilo y que donde pone el ojo `pone la bala. Por tanto, no hay que hacer oídos sordos a este dislate y no ofrecerle respuesta con eso de que, a palabras necias oídos sordos, sino tomar las medidas diplomáticas precisas para que esta maldita costumbre de echar mano del genocidio de Indias de vez en cuando no se repita. Que ya es hora.

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