Opinión

Abierto y cerrado

Alguien debería advertir a los políticos de la necesidad de comprobar la operatividad de los micrófonos durante sus intervenciones públicas. La actividad parlamentaria es generosa en anécdotas referidas a frases pronunciadas por nuestros regidores públicos creyendo cerrado el micro. Algunas han pasado a la historia como aquel famoso “manda huevos” de Federico Trillo o el divertido comentario de Bono cuando era ministro: “este Blair es gilipollas, ¿no?”. Aznar se rio de sí mismo a micro cerrado un día que le tocó enumerar un amplio calendario de medidas aprobadas durante el turno de la presidencia española en la UE. Estuvo más de media hora largando y al finalizar se volvió a uno de sus colaboradores y creyendo el micro en silencio le comentó “vaya coñazo que les he dado a estos”. Le escuchó todo el mundo. A Rajoy también le traicionó el botón del off y el on. Fue cuando se lamentó de que al año siguiente tendría que volver a otro coñazo de desfile el día de las Fuerzas Armadas como aquel al que acababa der asistir.

Hacía mucho tiempo que no se producía una situación de esta naturaleza. La última que recuerdan los periódicos incluye a Zapatero quien, tras una entrevista televisiva con Iñaki Gabilondo como entrevistador, se quedó charlando con él y, creyendo silenciado el audio, le confesó aquello de que “las encuestas nos dan bien, pero nos conviene que haya tensión”.

Todo parecía tranquilo y todo parecía confirmar que los políticos habían acabado dominando la tecnología del “fuera” y “dentro” hasta la sesión plenaria del pasado martes en el ayuntamiento de Cartagena cuando se produjo un combate dialéctico acalorado entre el líder del Movimiento Ciudadano de Cartagena llamado José López y la alcaldesa de la ciudad. Tras el intercambió de duras recriminaciones, López finalizó el debate y creyó cerrado su micro. No lo estaba, y todos los presentes escucharon cómo el concejal tildaba a la alcaldesa de “golfa”, “corrupta” y “garrula”. La alcaldesa suspendió la sesión y queda pendiente la resolución de un episodio que no tiene la chispa de las anteriores anécdotas sino la mala educación de su intérprete. Deja al descubierto la clase de política parlamentaria que nos gastamos hoy en día. Una verdadera vergüenza.

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