Opinión

O Afiador: El recuerdo de Romanones

Santiago Abascal ha demostrado, al tiempo de plantear una intempestiva moción de censura, sus dramáticas carencias a la hora de utilizar el sentido común para gestionar su encomienda política. Nadie de su entorno más íntimo acertó a la hora de ofrecerle consejo, -tal vez porque no lo solicitó, tal vez porque nadie se atrevió a dárselo, tal vez porque ninguno de sus consejeros analizó el escenario con acierto, tal vez porque desde los bancos tenidos por amigos le engañaron miserablemente- y sus ilusiones se derrumbaron con estrépito y le advirtieron, por si no se había dado cuenta todavía, de lo solo que está en el Congreso a pesar de ese crecimiento sorprendente que le concedió grupo parlamentario y le colocó en el pelotón de cabeza. Supo, tras la sesión del Hemiciclo en el que se quedó colgado de la brocha, lo perra que es la vida parlamentaria cuando se es un novato deslumbrado por el vidrio de los rosarios de cuentas. Su caída del caballo recuerda aquella famosa anécdota atribuida al conde de Romanones cuando quería ingresar en la Academia y una serie de numerarios de fuste le prometieron su voto. A la hora de la verdad, todas esas promesas se esfumaron y Álvaro Figueroa se quedó sin el asiento que tanto apetecía. “¡Joder, qué tropa!”, le dijo al ayudante que le trajo la desagradable noticia. Sospecho que Abascal ha pasado por el mismo trago y seguramente, ha murmurado lo mismo.

En todo caso, el comportamiento de Pablo Casado que estuvo ocultando celosamente el sentido del voto que había ordenado para su grupo parlamentario, no tenía por qué sorprender como parece haber sorprendido. Es verdad que el modo en que se comportó en el estrado fue mucho más contundente del que podría pensarse, teniendo en cuenta que varios gobiernos regionales dependen del respaldo de Vox para consolidar la mayoría. Pero un buen analista político, pragmático y desapasionado debería haber supuesto que ese era el único camino. Casado no se contentó con negar a Abascal sino que lo hizo rematando una poderosa faena que –lo que son las cosas de la política y lo mutable que es este desventurado titirimundi- le ha convertido en figura de la política nacional trepando desde la sima de un descrédito generalizado donde la opinión pública y los expertos periodistas lo había puesto antes de esta potente aparición que despeja dudas por completo. Sic transit gloria mundi.

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