Opinión

O Afiador: Sentido del humor

Nunca he ocultado mi admiración por los británicos y muchas de sus célebres costumbres, algunas de las cuales he de confesar que envidio. Y si me obligan a elegir algunas de esas virtudes, yo no solo pondría el acento en su ejemplar cultivo de las tradiciones y en su modélico sentido de la actividad parlamentaria –aparentemente regañada con lo que nos parece un caótico comportamiento durante las sesiones en la Cámara de los Comunes- sino sobre todo y especialmente, su inigualable sentido del humor. Refiriéndonos al ejemplo de comportamiento parlamentario, a un primer ministro británico no se le ocurriría jamás utilizar con fines electorales una rueda de prensa organizada durante un viaje de Estado a Senegal como ha hecho Sánchez interviniendo a kilómetros de distancia en la campaña para la Asamblea de Madrid asegurando que no se fía de los datos sobre contagio de las autoridades autonómicas madrileñas. Desde Madrid le han respondido que “cree el ladrón que todos son de su condición”.

Pero el estandarte de este peculiar carácter isleño es, sin duda, el sentido del humor. El recién fallecido príncipe Felipe de Edimburgo dio muestras frecuentes de tenerlo. Siempre descontento por su condición de consorte, tras descubrir una placa en una de las múltiples ceremonias de esta naturaleza que protagonizó, el anfitrión procuró desglosar las virtudes del augusto invitado a lo que el príncipe Felipe respondió: “sí, soy el tipo que mejor descorre las cortinas del mundo”.

Muchas veces me han preguntado cuáles son mis libros de humor favoritos. Y  en el mismo paquete de excelsas obras de la literatura cómica a cuya cabeza no tengo duda situaría “La venganza de Don Mendo” que es una obra maestra, yo colocaría las obras de Pelham Grenville Woodehouse, el regocijante creador de una pareja  inimitable, la formada por el noble Bertrand Wooster que es un auténtico y adorable imbécil, y su mayordomo el infalible Jeeves que, en silencio y basado en su ingenio y portentosa inteligencia, se dedica a resolver los múltiples desafueros originados por la estupidez inocente de su  millonario señorito. 

Por desgracia, el final de ambos genios del humor muestra también la cara más sórdida de sus respectivos países. Woodehouse fue injustamente acusado de traidor por el Gobierno de su país y jamás volvió al Reino Unido. Lo de Muñoz Seca fue peor. Fue asesinado junto a varios presos más en Paracuellos del Jarama.

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