Opinión

Aficionados y profesionales

Lo malo de introducir advenedizos en este enojoso asunto de la política es que no te van a dar más que sobresaltos y te pueden ganar la partida simplemente tirando de ignorancia. Para los que jugamos al mus y llevamos años peleándonos en el tapete, no existe  rival más inquietante que un primerizo, porque sus decisiones no responden al código no escrito de los comportamientos estables sino a los pálpitos que suelen ser además, irresponsables. Algo parecido pasa con aquellos candidatos que proceden de entornos ajenos a la política y se comportan sin depender ni respetar algunas pautas.

Sospecho que Ángel Gabilondo es un ejemplo muy característico de esta tipología. Un sesudo catedrático de Metafísica al que se introduce por inmersión en una jungla ocupada por políticos avezados y, por tanto, profesionales. Gabilondo, que había concurrido a la Asamblea de Madrid en las elecciones anteriores y había aprovechado el rebufo de la novedad para estabilizarse, se preparaba en este curso para abandonar su puesto como jefe de la oposición en la cámara capitalina y probarse el sillón de un despacho sito en un hermoso chalé domiciliado en la calle Rubén Darío bajo el paso elevado sobre la Castellana que une las calles de Eduardo Dato y Juan Bravo. Se trata de la oficina del Defensor del Pueblo que el dilecto profesor aguardaba  encantado. La situación política le obligó sin embargo a renunciar para capitanear de nuevo la candidatura socialista, y el candidato volvió a enfrentarse a la pelea con las mismas ganas con las uno acude a la consulta del dentista.

La fragilidad de pensamiento es clásica en el advenedizo, que suele dar constantes bandazos porque no tiene una idea preconcebida y tampoco entiende una palabra de estrategias. Gabilondo comenzó su campaña definiéndose como un hombre soso. Expresó más tarde su convencimiento de que jamás pactaría con Pablo Iglesias  porque los excesos le horrorizaban. Ayer cambió por completo su discurso y afirmó públicamente su completa aceptación de un pacto con el mismo Iglesias al que hace algunos días no podía tolerar: “Pablo, nos quedan doce días para ganar las elecciones” expresó categórico. Veremos qué dice mañana.

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