Opinión

Al otro lado del canal

Existe una cierta unanimidad a la hora de considerar el carácter pintoresco de los habitantes la Gran Bretaña, una condición que se refleja con profusión en abundantes documentos históricos, sociales, folclóricos o políticos y que se han hecho universales desde la despedida de los músicos del “Titanic” hasta el saludo del periodista Stanley al explorador Livingston o la gorra de viaje de Sherlock Holmes. Los europeos continentales hemos considerado siempre que después del Canal de la Mancha -que ellos conocen naturalmente como Canal Inglés- se avecina un pueblo de personalidad intensa y controvertida, de poderosas costumbres y tradición inquebrantable. La curiosidad mata al gato y si bien los britones eran tipos muy característicos, estaban encerrados en su isla y poco se sabía de ellos en realidad salvo que uno leyera a Stevenson, Scott o a Charles Dickens, A partir de la década de los sesenta, y gracias a una extraordinaria campaña de marketing de unos resultados incontrovertibles cuyo autor descubriré algún día, el continente se convirtió en admirador de todo lo británico, una apuesta juvenil y estéticamente irreprochable, dinámica, viva e irresistible a la que vestía Mary Quant, ponía rostro George Best, convertía en imágenes el 007 James Bond, y cantaban los Beatles. La gente se volvió loca de repente y se puso a adorar con fervor todos los iconos que procedían del Reino Unido: el Austin-Cooper mini, los autobuses rojos de dos pisos, las cabinas de teléfono, el símbolo del suburbano londinense, los morriones de la Guardia real, los cascos de sus agentes de policía, el volante a la derecha, el free cinema de Tony Richardson,  el fútbol de Bobby Charlton, los ojos de Julie Christie, las fotos de Tony Armstrong Jones o los libros de Alun Owen.

Ese carácter atrabiliario y tan propio que convierte en únicos a los guiris incluyendo los 80.000 que residen permanentemente en territorio español -la mayor parte de los cuales ni siquiera habla una palabra de castellano- es lo que los ha llevado al caos que es a lo que ahora se enfrentan. Y sin ayuda de nadie. La derrota histórica de May habla por sí misma. “Help, I need somebody, but not just anybody”. Ayuda, por favor. A ver quién se la presta.

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