Opinión

Al primer toque

Si el CIS que dirige el catedrático José Félix Tezanos renunciara a comportarse como un gamberro y se dedicara a construir estudios sociológicos serios, yo le solicitaría que hiciera una encuesta para averiguar qué es lo que los españoles añoran más entre todas aquella situaciones que conformaban la vida cotidiana antes de estallar la pandemia. Y estoy completamente convencido de que la sensación ganadora en este largo y doloroso catálogo de añoranzas y renuncias a las que hemos tenido que abdicar por imperativo categórico, sería el contacto más íntimo. Somos un pueblo entusiasta del método piel con piel. Sobones, besucones, adictos al tacto y al cariño, habituados a las distancias cortas y siempre dispuestos a mostrar las ventajas del afecto que nosotros mostramos sin sentirnos avergonzados ni cohibidos. Eso de darse besos y más besos, abrazos eternos, empellones, palmadas, apretones, restregones y caricias, pellizcos, achuches a diestro y siniestro, lametadas, frotes, arrumacos… ha formado parte sensible de nuestro carácter, de nuestra forma de ser y de nuestras vidas. Compartíamos vasos de bebida con cualquiera sin sentir escrúpulo alguno aunque no fuera lo que se dice un íntimo, nos intercambiábamos la ropa sin el menor reparo, nos cambiábamos el chicle… Nunca nos influyó lo más mínimo. Éramos -somos mejor dicho todavía- un pueblo meridional, hecho al calor y a la poca ropa, al sol, al aceite de oliva, a la guitarra y al vino. De no ser así, seríamos suecos, noruegos, japoneses o esquimales. Y no lo somos. No todavía. Y yo, me alegro.

A estas alturas de esta película de terror en la que el curso de una pandemia ha convertido nuestras vidas, mi máxima aspiración particular no solo es la supervivencia –que también no cabe duda especialmente a la edad que yo ya tengo- sino aquella supervivencia que me permita volver a tocar, a abrazar y besar a los míos. Sentir el calor de una caricia, la sonrisa de un gesto a un palmo de mi nariz, sin gel hidro alcohólico ni mascarilla. 

A dos metros, el latido de una emoción ya no se escucha y el olor a ser humano ya no se percibe. O sea, yo quiero cantar “I wan to hold your hand” como dejaron escrito John y Paul, con Ringo y George haciendo el coro. Qué hermoso y qué lejano suena eso.

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