Opinión

Albert y el asturiano Josep

El pacto que con fines de investidura firmaron Albert Rivera y Pedro Sánchez, apenas tiene hoy en día vigencia entre otras cosas porque nadie determinó qué hacer con él si el segundo de los firmantes no conseguía su objetivo de ser investido presidente. Era un pacto de pura conveniencia, redactado a la trágala y especialmente confuso en el modo de acometer la operación que acabaría con las diputaciones. Tan confuso y cuestionable en un apartado aparentemente tan contundente y decisivo que ninguno de los dos ponentes ha vuelto a abrir la boca sobre el particular y, por ejemplo, la presidenta de la de Pontevedra no solo no está dispuesta a contribuir a su demolición sino que lo defiende con uñas y dientes como me cuentan que ocurrió el lunes en las calles de Vigo.

Si el pacto Ciudadanos-PSOE sigue operativo va a tardar poco en saltar por los aires si Sánchez sigue empeñado en tensar la cuerda. Todo el mundo sabe que Rivera marcó con tiza el límite que el líder del PSOE no puede traspasar. Y Sánchez se ha ido a negociar Dios sabe qué con el presidente de la Generalitat ese que lleva los trajes dos tallas más grandes y peina una mata de pelo que parece un plumero. A mí juicio, Albert Rivera se ha tragado el sapo con mucho tiento y no le ha puesto en su sitio como era de esperar, lo cual francamente me extraña porque el jefe de CD’s estableció muy clarito que la petición de referéndum era inaceptable y no había en este asunto nada que negocia.

De todos modos y ya metidos en harina, me gustaría saber qué pretende el sindicato socialista UGT con la elección de su nuevo secretario general, un asturiano que, como buen converso, es más catalán que los catalanes que le han tolerado. Álvarez da un poco de repeluco. Nacido como José María Álvarez Suárez en Belmonte de Miranda, hermosa villa interior en el Principado de Asturias, llegó a Cataluña ya crecidito –tenía veinte años cuando llegó a Barcelona- y no ha sentido rubor en traicionar sus ancestros, hacerse llamar Josep y cambiar de sentido todos sus acentos. Su partido, el PSOE, ha defendido desde siempre la unidad nacional y él, sindicalista desde mocito, no tiene inconveniente en ejercer de nacionalista y declararse entusiasta del famoso referéndum de autodeterminación que auspicia y pregona CIU que es, de toda la vida, la derecha más empresarial y clasista. Como para creerla, vamos.

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