Opinión

Amiga Fiscalía

Cuando Pedro Sánchez -contraviniendo las más elementales reglas del fair play institucional- convirtió a su ministra de Justicia en Fiscal General del reino, todos sabíamos a qué obedecía esta decisión. Sánchez necesitaba asegurarse la fidelidad y absoluta subordinación de uno de los pilares del Estado democrático y  tercera pata donde se deposita la independencia del poder judicial, pero eso al presidente siempre le ha tenido sin cuidado. Sánchez se ha encontrado con un inmenso poder en las manos otorgado de rebote y sin causa justificada, y ha resuelto extraer de esta casualidad lamentable todo el jugo. Los españoles estamos tan a gusto asistiendo al incalificable espectáculo de un ente RTVE en manos de una antigua locutora del medio que había sido designada por el propio presidente para rellenar un hueco obligado por una transición, que no movemos un dedo para aclararlo. Mateo estaba elegida a dedo hasta convocar un concurso de méritos que nombrara el más alto cargo de su cúpula, pero lo que se suponía iba a durar dos meses ha cumplido dos años. Y esta señora ya jubilada, amparada en el cargo ficticio de “administradora única”, se ha revestido de más poderes, capacidad de decisión y responsabilidades que con los que jamás contó un director general del medio ni siquiera en tiempos de Franco. Es presidenta del Consejo, directora general del medio, jefa de personal todo en uno. El resultado es simplemente desolador, la cadena pública se cae a pedazos, y pierde audiencia a chorros. Pero vale para lo que vale y lo pagamos todos.

La Fiscalía, también. Con la elección de Dolores Delgado –apartada del Gobierno por imperativo categórico tras su lamentable comportamiento en las cuchipandas de Villarejo y su fontanería multidisciplinar- la Fiscalía se ha convertido en el principal instrumento político al servicio, no del Estado ni de los españoles, sino del Gobierno, y sus intenciones no tienen vuelta de hoja. No va a tolerar que se cuestione del Ejecutivo en el tratamiento de la pandemia, no investigará la caja B de Podemos, ni actuará de oficio en los hechos ocurridos el 8 de marzo. En cambio, sentará a la antigua cúpula del PP en el banquillo -seguramente con razón- aunque lo más justo sería que también sentara a todos los demás. Iglesias por ahora, está a salvo.

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