Opinión

Amores futbolísticos

Soy de los que piensa que el amor que uno puede sentir hacia un equipo de fútbol propone un sentimiento seguramente no tan intenso como el que puede profesarse a un ser humano pero igualmente respetable. Y desde luego, más duradero. Conozco a muchos y muchas que han cambiado de pareja –alguno hasta tres veces- pero ahora mismo no me acuerdo de nadie que se haya  cambiado de equipo. Uno nace inclinado por determinados colores y se muere fiel a esa camiseta salvo que estemos analizando la personalidad de un chaquetero indomable en cuyo caso, le dará igual cambiar de equipo que de ideología, código de valores, pareja o partido político. Si este tipo de fidelidades le dan igual entonces puede ser alternativamente del Barça o del Madrid según sople el viento y sin ponerse colorado. Por el bien de todos desearía creer que estos individuos son los menos.

Yo soy madridista perdido desde la cuna y así sigo. Mi padre –cuyo carnet de socio del Real Madrid con el número 5.018 aún conservo- me llevaba a Chamartín cuando en el Madrid jugaban Navarro, Juan Alonso, Luis Molowny y los hermanos Lesmes, y fiel como y un templario y real como la vida misma, he seguido de merengue a esta edad senecta recordando el cartel de madera que un quiosquero más del foro que un guripa de zarzuela colocaba todas las mañanas en la puerta de su puesto de periódicos. “Yo solo creo en Dios y en el Real Madrid”. Si lo hubiera conocido don Pedro Muñoz Seca hubiera desarrollado una comedia inspirándose en él y se hubiese olvidado de “La venganza de don Mendo”.

Pero esta inquebrantable militancia madridista que me caracteriza y que ha sido pasto de ludibrio y chacota verbenera cuando el Madrid pierde, no es obstáculo para que los restos de cariño futbolístico que uno posee después de darlo todo por el Madrid, los deposite en colores ajenos. Por razones obvias, adoro al Celta de Vigo. Y por razones familiares y afectivas, profeso especial cariño al C.D. Mirandés, los jabatos de Anduva de los que, en 1931, mi abuelo –alcalde de Miranda de Ebro por el partido de Lerroux- fue también presidente.

El cuarto equipo en mis preferencias es el Liverpool, al que he visto jugar en Anfield y al que también aprecio muy grandemente. Menos cuando juega con los míos, claro está. Y además, cada vez que le ponen al Madrid delante, no es que caminen solos. Es que no caminan sin más. Ni solos ni en compañía.

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