Opinión

La balada de la cárcel de Guadaira

El país ha asistido, transido por la frecuencia de emociones muy intensas, al ingreso de Isabel Pantoja en la prisión de Alcalá de Guadaira. Asiste el pueblo llano tan emocional y tan suyo para estas cosas, al episodio final de una desgarrada canción de amor y muerte escenificada en primera persona por la tonadillera en la que expresa los últimos años de su propia existencia. El coplero popular incluye no pocas y emotivas canciones que hacen cumplida referencia a la vida carcelaria y ejemplos hondos y dramáticos de este género sobran. “Mi madre era de Linares, mi padre de Guarromán –dice una de ellas- y un hermanillo que tengo, y un hermanillo que tengo está preso en el penal”. Isabel, que tantas veces ha cantado tragedias ajenas con ese decir tan propio que tiene en la recreación de las truculentas letras, se enfrenta ahora a una balada cuajada de luces y sombras, áspera en su versión vida misma, pasional al máximo y profundamente dramática, que ya no canta sino que protagoniza. El viernes por la mañana se desplazaba en coche hasta la puerta del centro penitenciario sevillano para cumplir la pena que le ha impuesto la Audiencia de Málaga tras ser exonerada de ingresar en presidio en una primera instancia. La condena es dos años y la cantante estará internada durante unos seis meses antes de alcanzar otro régimen de mayor tolerancia.

He leído con atención las informaciones que, desde los periódicos, describen cómo será el día a día de la Isabel Pantoja condenada. Y con la mayor sinceridad sospecho que no es tan malo. La cantante y en general las reclusas del centro penitenciario de Sevilla cuentan con celdas individuales, se levantan a las siete de la mañana, desarrollan su trabajo en las dependencia de la prisión durante la mañana, almuerza en un comedor amplio y funcional, duermen la siesta y dedican las tardes a si mismas en instalaciones deportivas, biblioteca y otras actividades varias. Cobran por su trabajo, tributan a Hacienda y la Seguridad Social y el problema quizá más duro es permanecer encerradas en su celda durante el horario nocturno. Es una reclusión, la pérdida de la libertad, la adecuación a un ámbito desconocido, pero no tiene una pinta tan mala. Si yo meto la pata que me lleven ahí.

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