Opinión

La búsqueda de la felicidad

Las prácticas gastronómicas se han convertido en una aspecto muy importante de lo que se ha dado en llamar la búsqueda de la felicidad ahora que la sociedad del bienestar ha sufrido una quiebra muy profunda, y muchos expertos sociólogos, politólogos y economistas sospechan que los tiempos de esplendor pasados y el bienestar tal y como lo entendimos hasta principios de este nuevo siglo nunca más regresarán, al menos en la forma que se les otorgó en el pasado.
Por eso, aspectos como los placeres que aportan una mesa selecta o la cata de unos exquisitos vinos, la degustación de una cerveza artesana o ciertas breves estancias en establecimientos con encanto, han ido imponiéndose como fórmulas para obtener esos retazos de buena vida con los que imponer treguas a situaciones más dolorosas y amargas que parecen darse cita en los comportamientos de esta sociedad indecisa y peligrosamente desmotivada de nuestros días. Se organizan ciclos de conferencias sobre el alcance de la felicidad, se multiplican los talleres de gastronomía en los que uno aprende desde cómo hacer sushi a los secretos de la repostería monacal, y se procura convencer al personal de que la felicidad no está en fenómenos muy impactantes sino en el aprecio a las cosas pequeñas, hechas con cariño y esencialmente compartidas con aquellos que nos aman.


Buen camino sin duda es el que señala esta propuesta cada vez más generalizada, aunque este compendio de factores que contribuyen a disfrutar de una buena vida mantenga un punto de sofisticación que puede llegar a desvirtuarla porque los ejercicios que se proponen son ejercicios exquisitos difícilmente asumibles por la mayor parte de los ciudadanos. Darse al placer de la buena mesa tal y como se entiende en estos tiempos en los que el necesario hecho de alimentarse se ha convertido en una experiencia sensorial y gustativa muy próxima al nirvana no está al alcance de todos y el otro día, una amiga mía se dio el gustazo de acudir a uno de los más punteros establecimiento madrileños de tres estrellas y vivió un orgasmo de papilas permanente pero el cubierto salió por 180 euros persona. Eso sí, la propuesta era, según me cuenta, la caraba.

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