Opinión

El caldo de cultivo

El pavoroso atentado de Bélgica ha vuelto a activar todas las alarmas y los habitantes de este continente volvemos a recordar que el mundo ya no es como era y que todos nosotros estamos expuestos a morir en cualquier lugar de cualquier país, en cualquier día y a cualquier hora a manos de unos terroristas enloquecidos y fanáticos que asesinan de modo indiscriminado usando el nombre de Dios como bandera. Las guerras tampoco son como antes y están emboscadas. No se presentan desnudas y francas como antaño en las que la raza humana se desangraba en los campos de batalla, sino que se agazapa tras la apariencia doméstica de tres viajeros empujando sus carritos de equipaje por los pasillos de un aeropuerto. Sospechar que los guantes negros en la mano izquierda pueden ser sinónimo de muerte y destrucción inmediata es mucho suponer para aquellos a los que no se les ocurre que puedan existir seres humanos dispuestos a volarse pulsando el interruptor al tiempo que descabezan a un puñado de inocentes, pero esa es la terrible realidad y desde mucho tiempo atrás es muy lícito suponer que todos estamos con la cabeza puesta debajo de la guadaña.

Bélgica es, sin embargo, un país especial por desgracia. Se trata de un estado fallido y lamentablemente desestructurado desde hace años en el que dos etnias cada vez más opuestas malviven y no se soportan, no se entienden, no se gustan y ni se miran a la cara. Por lo tanto, adecuar un entramado administrativo coherente y sólido en semejantes condiciones es una tarea casi inhumana y Bélgica lleva mucho tiempo sin poseer un sistema de Gobierno estable y unas estructuras comúnmente construidas y respetadas que velen por el ciudadano y le protejan sensatamente de circunstancias no deseadas. En Bélgica se fabrican armas destinadas a todo el mundo, el país carece de Fuerzas Armadas a todos los efectos, y en estos últimos tiempos es la nación europea de la que parten más individuos dispuestos a unirse a las filas del islamismo fundamentalista, entre otras muchas y muy inquietantes prácticas. Bélgica es un escenario sumamente frágil y un campo de cultivo idóneo para procrear terroristas. El propio Gobierno belga lo sabe y no ha tenido inconveniente en confesarlo. Lo saben los belgas y los sabemos los demás. Las cosas que tienen que pasar, pasan.

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