Opinión

Cerco a un vicepresidente

La historia personal de Pablo Iglesias es una historia que crece en mendacidad en razón directamente proporcional al incremento de su poder político, lo que no es una situación inédita ni lo será en el futuro aunque nos parezca una inmoralidad. Iglesias es, ante todo y sobre todo, un ventajista manejador  y tramposo que ha utilizado el ámbito político y la necesidad de los sectores más desfavorecidos para elaborar un credo político a su propia imagen y semejanza del que ha obtenido un rendimiento deslumbrante que le ha valido para consolidar una confortable posición personal y que le ha hecho rico de paso. Seis años después de asomar la cabeza en el escenario inflamado de la necesidad, un deseo compartido y mostrado en todas las plazas públicas del país con una primera y legendaria estación inicial en la Puerta del Sol de Madrid, Pablo Iglesias no solo es ya parte de la que él mismo llamó “casta”, sino que es clase dirigente, excepcionalmente remunerada y con capacidad adquisitiva suficiente como para adquirir una mansión en la sierra de Madrid que ha de ser vigilada día y noche por efectivos de la Guardia Civil.

Iglesias se enfrenta estos días a una situación incómoda y lo hace además en su calidad de vicepresidente del Gobierno. Acorralado y herido, tenido por manipulador, puesto en evidencia y cercado por los tribunales de Justicia que están comenzando a mostrarle los dientes para tratar de desentrañar sus apaños, Iglesias no ha hecho otra cosa que lo que se espera de él. 

Lo que se espera de un sujeto que ha crecido en una cultura totalitaria, que la ha practicado, y que no concibe otra manera de moverse que la del control de las instancias democráticas. Ha respondido a los intereses de la Justicia por desmontar sus tramas acusando a los jueces de montar contra él una caza de brujas. Y en esa disparatada carrera por salvarse no tiene interés alguno en librar a nadie. Además de una caterva de jueces prevaricadores hay toda una cofradía de medios de comunicación y periodistas corruptos que cobrar por hostigarle. Para desarrollar estas falacias no ha encontrado mejor refugio que las cadenas de radio y televisión públicas además de ciertas sintonías privadas que le deben la existencia. Una vergüenza que los periodistas no deberíamos tolerar y que, sorprendentemente, toleramos.

Iglesias tiene fecha de caducidad y la historia no va a tratarlo bien entre otras cosas, porque no se lo merece. 

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